UANDO acabe la temporada, Gaizka Garitano habrá cubierto año y medio al timón del Athletic. Por delante tendrá un año más para desarrollar un proyecto en el que faltarán media docena de jugadores con los que empezó el ciclo. En todos los casos gente que había rebasado la treintena: Susaeta, Iturraspe, Rico, Aduriz, San José y Beñat. Dato ilustrativo que, aparte de favorecer una sustancial rebaja en la media de edad de la plantilla, agilizará la promoción de savia nueva.

En el análisis de la labor de Garitano es obligado considerar esta transición que, con las salidas comentadas, acarrea una importante alteración de la fisonomía del equipo; y del vestuario, cabría añadir. Por rendimiento en competición, ninguno de estos veteranos puede ser considerado como pilar en la estructura del Athletic actual. De ahí su participación decreciente en los planes del técnico. Algunos nunca gozaron de su confianza y el protagonismo de otros fue decayendo con el discurrir de los meses. Se trata de futbolistas que en épocas anteriores tuvieron un papel trascendente, pero Garitano no pudo (o no supo) extraerles el jugo que solían dar y terminaron asumiendo un rol secundario.

Es innecesario recurrir a la estadística para avalar una constatación, la del declive, que es común a todos ellos. Dejaron de ser piezas básicas, insustituibles, fiables. Poco más cabe agregar a unas historias irreversibles, pues ya se enmarcan en el pasado. Pero entre las seis hay una dotada de una significación especial. Sin ánimo de desmerecer a nadie, Aduriz se halla en un plano distinto al resto. Ha sido el elemento sobre el que ha girado un Athletic que nos acostumbró a degustar el éxito, que hizo de los torneos continentales algo rutinario y se permitió el lujo de birlarle un título al intratable Barcelona. Nada de esto hubiese sido posible sin el liderazgo que ejerció Aduriz. El brillo que emitía el equipo nació de su ingente producción rematadora y a medida que envejecía, aunque él lo refutase con hechos, se fue generando una psicosis. ¿Qué ocurrirá en el instante en que deje de hacer goles? ¿Quién le suplirá cuando no esté?

A esas preguntas que no han dejado de revolotear en el entorno y de provocar una comprensible angustia a lo largo del último lustro, ha dado respuesta Garitano. En realidad aún no ha ofrecido una explicación completa, puesto que la figura del delantero sigue siendo un tema abierto y a él le compete dar con la tecla en el corto plazo. Se desconoce si podrá hacerlo y si es posible con las alternativas que baraja y, desde luego no se pretende, ni mucho menos, que de la noche a la mañana surja la réplica de un ariete tan eficaz. Esto no es una churrería, es fútbol.

Lo evidente es que el recado le cayó de lleno a Garitano. Desde el inicio tuvo que cargar con el grave problema que supone perder al hombre que marcaba diferencias. Con Ziganda, la inspiración y el nervio de Aduriz ya dieron síntomas de agotamiento, pero le alcanzó para firmar veinte goles. Con Garitano, han sido cinco en 30 partidos y tan solo cinco titularidades a causa de las lesiones. Nunca se sabrá cómo ha influido el ocaso de Aduriz en la propuesta futbolística de Garitano, pero sí sabemos que su Athletic ha sido capaz de sobreponerse a la ausencia de su principal referente y competir dignamente.