EL coronavirus ha puesto patas arriba nuestro funcionamiento social, económico y político, sacando lo mejor y peor de esta sociedad conmocionada. Es duro enfrentarnos a este virus desconocido, así como a sus consecuencias. Por eso necesitamos actuaciones responsables, serias y decentes, tanto en los ámbitos políticos como en los medios de comunicación. Justo lo contrario del tremendismo de algunas intervenciones irresponsables.

Menos mal que no estamos oyendo hablar del fin del mundo, como en otros momentos de la Historia. No es la primera vez que hay pandemias de graves consecuencias como la peste negra de 1348 o la llamada gripe española de 1918 a 1920. Desgraciadamente ejemplos hay, la diferencia es que es ahora, nos da miedo y sufrimos personal y familiarmente sus efectos.

Ante la gravedad de esta crisis esperamos seriedad y buena gestión, sabiendo que todo no es previsible. Por eso, algunas de las imágenes que nos va dejando la política resultan cuando menos lamentables. Por ejemplo, que el rey español y la periodista llamaran cómodamente desde su palacio, y con el test hecho, a varios hospitales es un chiste malo. Los royal actúan como si de Telecinco se tratara; siendo lo único importante los réditos a conseguir -en este caso, pocos si tuviéramos dos dedos de frente-. Lo que fastidia es que les sigan sacando la cara los partidos pretendidamente de izquierdas y republicanos que gobiernan en Madrid.

Las dudas de Sánchez, la improvisación en la aplicación de medidas para recular posteriormente, despreciar a gobiernos que, como el vasco, lo han hecho mejor, querer ser la voz única rodeado de mandos militares€ no ayuda precisamente a generar credibilidad en el sistema. No está el horno para bollos, y ahora el equilibrio democrático puede precarizarse si no dan ejemplo de remar en pos del interés común. El rechazo en la ciudadanía es evidente: ya piden ERTEs para los y las políticas; y lo peor es que comienza a ser terreno abonado para quienes quieren dinamitarlo.

El jueves 2 de abril el lehendakari presentó a la Diputación Permanente del Parlamento de Gasteiz las medidas tomadas en esta crisis sanitaria. Esas cuatro largas horas de comparecencia telemática dieron para mucho y, visto desde fuera, no bueno precisamente. Es un derecho y obligación de la oposición pedir explicaciones, pero intentar desgastar gratuitamente a Urkullu no parece lo más sensato en este momento en el que necesitamos confianza y unidad sin disputas estériles entre quienes nos representan.

Seguro que hay aspectos mejorables y que las decisiones del Gobierno no habrán sido en todos los casos las mejores, pero eso no se arregla con vacuidad en los argumentos y la escasez o nulas propuestas, que vimos en una oposición que no aparenta -ojalá no sea así- querer coadyuvar en la dura gestión de la crisis que vivimos. Acusar de soberbia, falta de solvencia técnica, improvisación, falta de liderazgo o negligencia, como hizo el PP, me pareció una mascarada -Prestige, Yak€-. Podemos acusó, inexplicablemente, de deslealtad de Urkullu al Gobierno de Madrid (el centralismo siempre quiere que digamos amén a todo, aunque lo hagan mal). Bildu tampoco acertó con su argumento de que Osakidetza no estaba preparada. ¿Quién lo estaba? No podemos cuadruplicar los recursos a la espera de que pase algo. Si podemos, y debemos exigir, que se establezcan y apliquen planes de contingencia.

El futuro próximo nos coloca ante unos retos difíciles, en lo político, social y económico -António Guterres, secretario general de la ONU, hablaba el otro día de que la crisis económica será peor que la de 2008-. Lecciones ya estamos sacando, como que la sanidad pública es la que hay que preservar y mantener a toda costa para asegurar la salud de la ciudadanía, frente a un modelo de sanidad privada. Es momento de poner orden.

Como necesito y quiero confiar, me quedo con las palabras del lehendakari Urkullu: Saldremos adelante. Seguro.