Falta menos de un mes para que comience oficialmente la campaña de las generales. Y, mientras los partidos calientan motores en esta precampaña eterna a la que parece que debemos acostumbrarnos, es inevitable sentir cierta desazón y cansancio ante el espectáculo que dan desde algunas candidaturas.

En abril estrenamos esta romería a las urnas. En mayo continuamos con las municipales, forales y parlamentos de Bruselas y de Nafarroa. Y, como siempre aquí, nos jugamos muchas, muchas cosas.

En este sarao permanente de la política española lo que más me llama la atención es la falta de respuesta social y mediática ante el tono y la falta de ética de ciertos discursos políticos de PP, Ciudadanos y Vox que no dudan en mentir o tergiversar la realidad para conseguir votos. Decir que la violencia de género no existe, que el holocausto fue una invención, que Gernika no fue bombardeada por nazis alemanes y fascistas italianos bajo el mando del franquismo, no es casualidad; es porque se lo creen, porque no son demócratas y pretenden lograr una involución democrática que disfrazan bajo el paraguas de las elecciones.

Esa masa fascista, con nostalgias de la dictadura y, por lo tanto, de los asesinatos y encarcelamientos masivos y los atentados contra la dignidad de millones de personas, siempre ha estado ahí. Ahora simplemente tienen el viento a favor ¿Cómo es posible que gente de bien pueda siquiera pensar en darles el voto?

La situación en Catalunya nos afecta también más de lo que desearíamos al convertirse en la matraca de la españolidad más recalcitrante que la utiliza para encabritar los ánimos y dificultar cualquier avance en el respeto a la plurionacionalidad del Estado español. Pero también, en lo concreto de la coalición histórica del PDeCAT con el PNV, Coalición Canaria y otros. Están en su derecho de concurrir como quieran. Confío en que eso no ponga en riesgo la elección de una buena europarlamentaria como lo es Izaskun Bilbao.

En todo caso, no ayudan declaraciones como las de Elsa Artadi, política de peso en ese partido catalán. Su inexplicable referencia al abandono de la vasquitis, que por lo dicho tenían en Catalunya, rompe más lazos que une. Podríamos recordar aquí la falta de empatía y apoyo de su partido cuando el lehendakari Ibarretxe presentó en Madrid el nuevo status jurídico en febrero de 2005. Y otras más. Desde nuestro país no veo yo ninguna intención, ni ahora ni antes, de darles lecciones. Catalunya y Euskadi coinciden en sus reivindicaciones nacionales, aunque tienen características y sociologías diferentes y se puede coincidir -o no- en la estrategia.

Los y las políticas demócratas se enfrentan ahora a un enorme reto que pasa por recuperar el crédito de la política porque, si no, lo pagaremos seguro. Es fácil frivolizar sobre la política; eso siempre favorece a quienes prefieren una ciudadanía acrítica. Sin quitarle el mérito al ácido humor de Groucho Marx, aquello que decía que la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados sirve para gracieta de bar, pero poco más. Yo me quedo con otra cita, ésta de Eisenhower, presidente de los EE.UU., que ponía en valor la política al afirmar que debería ser la profesión a tiempo parcial de toda la ciudadanía.