QUINCE días exactos. Es el tiempo que les queda a los partidos políticos españoles para llegar a un acuerdo que evite que tengamos que volver a votar el 10 de noviembre. Quienes no tenemos vocación de pitonisos hemos de reconocer que no tenemos ni idea de qué pasará en este tiempo, pero es evidente que los indicios, los pronunciamientos, las actitudes y, como diría Felipe González, el “lenguaje no verbal” de los líderes de las formaciones invitan a pensar que esto no tiene arreglo. Hasta no hace mucho, algunos intentaban apremiar a Pedro Sánchez poniendo en evidencia que tras el verano, el otoño caliente catalán, con el añadido del incierto Brexit y su repercusión, harían más difícil un acuerdo tras el 10-N, por lo que le instaban a negociar, acordar y ser investido antes. Pero algo parece haber cambiado. La calculadora electoral de Sánchez -al parecer, su gran oráculo- dictamina que llegar a una investidura ahora con Podemos dejaría un gobierno en precario e inestable que quizás necesitase otras elecciones en 2020 o 2021. Y para este viaje es mejor ir a las urnas cuanto antes mejor con las alforjas aún llenas. La clave podría estar en una previsible nueva crisis económica agudizada por el Brexit y la mala situación económica en Alemania y Europa. Y con Catalunya en estado de efervescencia y con capacidad de mayor respuesta social y política tras digerir la sentencia del Supremo. O sea, que nos encontraríamos ante una nueva dosis de tacticismo electoral donde lo importante no es el país sino cómo salgo yo y mi partido. Una operación de riesgo, porque puede que alguien haya metido los datos erróneos en esa calculadora electoral.