ANTE el vendaval de los indultos, el caramelo del fútbol, del baloncesto y de la sonrisa sin mascarilla. Algo dulce para decantar tan amargo trago. Todo hará falta para sofocar semejante incendio político que seguirá dejando quemaduras de distinto grado en Gobierno, oposición, independentismo, jueces, obispos, empresarios y, por supuesto, tertulianos. Esta mecha ha prendido con estrépito, provocando un escenario compartido entre prudente generosidad, profundo escepticismo y beligerante animosidad que dinamita en caliente el más mínimo debate racional. La temperatura del horno catalán enardece los debates cruzados.

El PP se ha echado al monte donde habita Vox, arrasando equívocamente para mucho tiempo sus relaciones con el empresariado, sobre todo, y la Iglesia. El unionismo, atrincherado, se ha quedado solo, dentro y fuera de su país, confiado en que el pueblo silencioso apoya su cruzada. Sin embargo, Sánchez les está ganando la batalla escénica, incluso hasta prisionero de esa dudosa credibilidad por sus cambios de criterio sin ruborizarse. Y cuando necesita una pátina de fiabilidad, allí aparece Miquel Iceta, su ideólogo de cabecera en el conflicto catalán. La enérgica soflama de este ministro para desmontar en el último pleno del Congreso una arenga más de la ultraderecha llevaba incorporada la auténtica hoja de ruta. No le pierdan de vista a lo largo de este escabroso proceso porque está llamado a jugar un papel estelar. Los soberanistas ya lo saben y por eso temen que esta receta del socialismo federalista se quede muy lejos de sus expectativas. De ahí que empiecen forzando la máquina para marcar territorio. Tampoco está descartado que deban rebajar el listón a medio plazo para evitar que la otra parte se levante incapaz el ruido exterior y el pulso.

Ha empezado este partido salpicado de recelo, odio y adrenalina escénica. Resulta una quimera entenderse bajo semejante voltaje de tensión. En la Corte no corre ni una certeza sobre el desenlace, solo revolotean las maldades y apenas asoman algunos esperanzados que, de momento, se limitan a contener el aliento. Hay mucho vértigo, sobre todo en el PSOE que tiembla cada vez que sale cualquier encuesta que no sea la del CIS. Un estado anímico que, por el contrario, obnubila en sus expectativas a Casado hasta la osadía de pedir elecciones porque dice que ve muerto políticamente al presidente socialista. O de zaherír hasta la injuria -denuncia "cabildeo" en el empresariado- a quienes apuestan por el diálogo entre diferentes aunque sea dentro de la ley. El presidente del PP ha recuperado lastimosamente aquel lenguaje aznarista de la felonía que le alejó del centrismo a medida que ha ido perdiendo los respaldos más estratégicos en favor de la decisión tan arriesgada de su visceral enemigo. Solo ven traidores a su alrededor. Sus insólitas vejaciones a la siempre poderosa patronal han irritado, incluso, a las voces sensatas del partido porque temen sus consecuencias a dos años vista. Quizá por eso la vicepresidenta Calvo animó ácidamente a los populares a recuperar las neuronas y olvidarse de hablar con las tripas. No le harán caso, aunque las firmas contra el perdón menguan y no se haya producido la rebelión institucional que auguraban. Ni siquiera aciertan a imaginarse que las lágrimas de Garamendi tras padecer un demencial vía crucis particular no saldrán gratis a quienes lo instigaron.

De momento, salvo la gestualidad y las emociones previsibles, todo lo demás es una incógnita en esta partida de ajedrez. Hasta el propio titular de Justicia reconoce sin tapujos que no tiene garantías de que "esto vaya a salir bien". El independentismo catalán tampoco sabe con qué Sánchez quedarse porque ha conocido las dos caras antagónicas en menos de dos años y esta capacidad lagarterana les genera mucha desconfianza. ERC disimula los recelos porque quiere jugar, de saque, la baza del posibilismo responsable. Puigdemont y la CUP, directamente no le creen. Por eso Rufián se apresuró a preguntar con aviesa intención al presidente del Gobierno español si lo suyo con los indultos es una cuestión de valentía o de necesidad. Lógicamente evitó el cepo de la respuesta. Se limitó a abrazar la apuesta por la convivencia perdida. Fue Iceta quien aclaró las dudas antes de que las dos partes se sienten a la mesa: diálogo sin poner en peligro España, ni amnistía ni autodeterminación, aunque siempre quedará una puerta abierta a reformar la Constitución y por ahí encontrarse; eso sí, sin prisas.