pasan los días y crece la desconfianza. No lo dice el CIS de Tezanos, se escucha en los videochats. Cinco semanas después se asiste cada mañana de confinamiento al mazazo moral de una interminable sucesión de víctimas que nadie sabe precisar. Los previsibles colapsos en las tramitaciones de ERTEs y ayudas económicas desesperan a millones de familias en serios apuros para subsistir. La permanente incertidumbre sobre cuándo aparecerá siquiera un rayo de la luz al final del túnel desasosiega. Las medidas improvisadas por un Gobierno azorado desconciertan. Los pulsos ideológicos y el desmesurado afán de protagonismo entre varios ministros desazonan. La obstinada incapacidad para concertar una estrategia de Estado irrita sobremanera. El galopante crecimiento del paro y la escalofriante previsión económica asustan. El desánimo se ha apoderado de una ciudadanía que, además, asiste perpleja a un carrusel de antagónicos análisis científicos. En el medio, al menos, surge descollante ese admirable personal sanitario que digiere en silencio el riesgo de su encomiable entrega asistencial mientras le reconforta la adhesión de los balcones agradecidos.

Nada como el esperpéntico desacuerdo entre Pedro Sánchez y Pablo Casado sobre la fecha de su supuesta reunión telemática, mientras el Congreso permanece abierto, para retratar su respectiva catadura política. Eran los días que tocaba hablar de la reedición modernista de los Pactos de La Moncloa. Entonces, el presidente ve oportuna la idea que le ofrece Inés Arrimadas y decide que quiere verse con el jefe de la oposición. Para lograrlo, le dice a la portavoz gubernamental que anuncie el propósito mientras comenta los acuerdos del Consejo de Ministros en una rueda de prensa. Ni siquiera le manda un whatsapp. Al escuchar tan despectiva propuesta, el líder del PP refuerza su habitual atrincheramiento. Con una mano se ofrece a ayudar a la patria y con la otra parecía incapaz de encontrar apenas media hora en el calendario para aceptar la invitación al diálogo. Ya la tiene: se verán, por fin, el próximo lunes, al límite de otro pleno de control que parecen concebidos únicamente para saldar cuentas pendientes. Esta es la vergonzante capacidad de entendimiento de los dos partidos más votados en una España condenada al sufrimiento social y económico durante los dos próximos años, como mínimo. En cambio, Portugal, ese país vecino que ha sufrido durante décadas chistes de españoles riéndose de su vulgar mediocridad y sus toallas, sabe ahora plantar cara a Europa, registra un índice inferior de positivos y muertos por la Covid-19, y la derecha parlamentaria camina comprometida con un gobierno de coalición de izquierdas para salvarse juntos de la hecatombe de este virus.

Al frente de un gobierno cada vez más divergente, Sánchez lo va a intentar por el lado más proclive: el de sus socios de investidura. Como sabe que al independentismo y al vicepresidente Iglesias los Pactos de La Moncloa les saben a rancio y capitalismo opresor, rápidamente los ha descartado. Aquella apelación patriótica de hace una semana al consenso en favor de un compromiso social y económico ha desaparecido de la agenda de voluntades por desistimiento. Ahora todos los dados apuestan por la teórica viabilidad del debate sin límite de hasta cuatro mesas sectoriales en favor de la denominada reconstrucción económica; por supuesto, con temario libre.

En medio de semejante caos y desesperación se atropellan las discrepancias. Un economista de la talla profesional de José Luis Escrivá, curtido como Autoridad Fiscal, se retira resignado de su batalla con el dogmático líder de Unidas Podemos sobre la articulación del ansiado Ingreso Mínimo Vital, del que se desconoce cómo será la implantación territorial de su letra pequeña. Muchas autonomías asisten perplejas a la urgente retirada de miles de mascarillas defectuosas que les entregó Salud cuando más son necesarias. Después de más de medio millar de muertos diarios desde mediados de marzo, el ministro Illa trata de idear un sistema fiable para contar realmente cuántas personas pierden la vida por culpa de la Covid-19. A un mes de los exámenes finales, no hay unanimidad para precisar cómo se cerrará el año educativo sin pisar las competencias. Sobran motivos para la desconfianza.