SE asiste a un disparate de campaña. Dos candidatos democráticos tienen que explicar desde la cárcel su programa para irse algún día de España, cada uno por su camino y a distinta velocidad. La ultraderecha se hace un hueco a bravatas en la agenda mediática para desesperación de sus rivales de acera sin exponerse al detector de mentiras de sus argumentos. La servidumbre de la veterana responsable de RTVE derrite la neutralidad política hasta comprometer al propio presidente del Gobierno. La interminable polémica sobre la idoneidad del debate plural se convierte en el principal problema de un país por encima del paro, la deuda pública y el conflicto territorial. El radicalismo abandona equivocadamente el túnel del tiempo de la kale borroka para mayor gloria de los enemigos del autogobierno vasco. Y, por si fuera poco, la Junta Electoral Central se hace presente en la plaza pública con una legislación trasnochada que le retrata.

Es muy posible que semejante campaña tan inaudita sea simplemente el temido presagio de una inmediata legislatura convulsa, prisionera del antagonismo irredente entre dos bandos concebidos para no entenderse. Tampoco es descartable que la agitación que atenaza durante estos días la obligada llamada a la sensatez sea la consecuencia directa de que nadie tiene asegurado el desenlace de la partida en juego y mucho menos las consecuencias del día después. Era imprevisible que la sala de máquinas de la Moncloa cometiera el clamoroso error de presionar hasta el sometimiento a la dúctil Rosa María Mateo para que esta acreditada profesional mancillara su imagen democrática de aquella noche del 23-F con un patético sometimiento por quítame un debate que no me gusta. Ha bastado una lógica oleada de críticas bien justificadas ante semejante desatino para que Pedro Sánchez no arriesgue un minuto más su crédito democrático ni su suerte electoral, aunque lamentablemente asuma a regañadientes que se trata de una anomalía.

El debate del debate se ha disuelto en una gota de agua aunque es probable que Atresmedia no olvide la desconsideración del presidente socialista, cada vez más seguro de que tiene todos los idus de su lado. En cambio, los intencionados mensajes de Jordi Sànchez y Oriol Junqueras sirven por sí solos para dejar huella. El futuro del independentismo catalán y de sus líderes procesados entrañan el suficiente calado para condicionar el futuro gobierno, su estabilidad y hasta el devenir de la siguiente legislatura. Así debería ser conforme a un análisis de luces largas responsables y no en esta altisonante campaña de redes sociales, de fake news descaradas, de titulares llamativos solo para agitar las tertulias televisivas sobre todo en una lluviosa Semana Santa. Quizá sea una exigencia inalcanzable para una ramplona clase política que viene haciendo de su discurso líquido la razón de su existencia. Bien es cierto que ya queda un día menos para ir a las urnas, pero también para la sucesión encadenada de dos debates televisados que pueden tensionar la interminable insensatez de despropósitos que se encadenan, o el desesperante comienzo de un nuevo tiempo de agitación insufrible.