españa no deja de oler a fango. Además, es incapaz de sacudirse la pestilencia por culpa de esa rémora de políticos cuatreros inasequibles a la maldad en connivencia con las interminables tramas policiales. El enésimo capítulo de esta abominable transgresión democrática vuelve a descender hasta las mismas alcantarillas denigrantes de siempre, pero apenas socava los cimientos de la polémica. El pueblo se ha acostumbrado a la perversión y aquí nadie parece inmutarse ni siquiera en puertas de dos elecciones consecutivas de largo alcance. Por eso, la denuncia interesada contra el inquisitorial exministro del Interior Jorge Fernández Díaz, ofuscado con la financiación de Podemos y la independencia catalana, apenas dura dos minutos de televisión, un par de tertulias chillonas y, eso sí, centenares de memes ingeniosos con zascas incorporados. El deplorable mercadeo de mano en mano impúdicas de un móvil con textos comprometidos de Pablo Iglesias se liquida prácticamente en las puertas del juzgado como un vulgar tema de prensa rosa. Y así que pase el siguiente.

En esta interminable antesala de la campaña, dinamitada por los nervios y el desatino de las ocurrencias, aumenta considerablemente el riesgo de quedar retratado. Le ocurre con más frecuencia a la derecha, es cierto, pero quizá porque se siente más urgida y temerosa por la posible fatalidad del desenlace electoral. Esos continuos sondeos tan alejados de la mayoría suficiente son desequilibrantes. Pablo Casado se resiente cada vez más de estos golpes anímicos que le llevan a tropiezos hilarantes. Un jefe de oposición -es muy probable que lo siga siendo- está obligado a saber que no hay prevalencia de los cuerpos policiales del Estado sobre los autonómicos. Pero lo dice porque le violenta sobremanera imaginarse a Vox por su retrovisor.

El líder del PP podría preguntarle a Javier Maroto si Arnaldo Otegi estuvo alguna vez condenado por los secuestros de Gabriel Cisneros y Rupérez y así no mentiría. Pero lo dice porque sabe que a ese granero ultramontano donde se han escapado muchos por culpa de la derechita cobarde les gustará escucharlo. Mucho más después de la gresca de EH Bildu en el Parlamento Vasco que recupera las peores entrañas de tiempos pasados y compromete en exceso la mano tendida de Sánchez bajo la presión incendiaria que el verbo agresivo de Julen Arzuaga ha provocado.

En el caso de Quim Torra, le retrata su inoperancia por su mandato pródigo en viajes de solidaridad a las cárceles y a Waterloo, para recibir órdenes. Con su apurada reprobación, la inestabilidad se hace carne en el Parlament en un incómodo momento para los independentistas, cada día más divididos. Miquel Iceta ha aprovechado la coyuntura con un gesto de indudable calado que abre las puertas a todas las especulaciones sobre una posible repercusión en el tablero de la Corte. Sería un error no valorar el alcance de esta bofetada política sobre todo si el PSC resucita.

Quizá para entonces el líder de Ciudadanos haya decidido cambiar de caballo. Tampoco le supondría un trauma desdecirse de su precipitado rechazo a Sánchez. Está tan acostumbrado a los bandazos que apenas sorprendería a sus propios votantes. En la Comunidad de Madrid, a modo de hacer boca a la especulación, el PP trabaja desde ahora con el fundado presagio de que C’s convertirá en presidente al socialista Ángel Gabilondo. Esta maniobra arrastraría al desencanto a Iñigo Errejón y, sobre todo, haría insoportable las tensiones internas que los populares contienen tras las puñaladas en la confección de las listas. Por cierto, no es descartable que la fragmentación interminable de la izquierda podemita puede ser funesta para las aspiraciones de Manuela Carmena.

Si la suma con el PSOE es superior a 175 escaños y Carles Puigdemont se empeña en cuanto peor, mejor haciendo imposible el acuerdo de la moción de censura, nadie duda a un mes de las urnas que Sánchez camelará a Rivera para simular un pacto de Estado. Supondría, de hecho, la escenificación más ortodoxa de ese entendimiento entre diferentes que ha propuesto con una favorable acogida entre las elites económicas el presidente francés Emmanuel Macron. Desde luego, el establishment español aplaudiría encantado y espantaría el fantasma nacionalista. Ahora bien, la única fotografía válida que retrata fielmente la primera voluntad que mantienen los socialistas de puertas afuera para elegir su compañero de viaje se tomó en la Diputación Permanente. Eso sí, en el mismo sitio donde Ciudadanos aprovechó para desmarcarse al menos una vez del PP.