EN Francia, la oposición y buena parte de las izquierdas de todo tipo acusan al presidente Macron de ser un supergaullista. Y hay que reconocer que esa crítica tiene su qué, porque la masa de los franceses cree aún hoy en día que el general De Gaulle fue providencial para le país.

Uno no sabe y los criticones no lo dicen (quizá porque tampoco lo saben) en que consiste el supergaullismo, pero todo apunta a que lo que más se le reprocha al actual presidente de la República es una coherencia operativa muy acusada; tanto, que el teórico equilibrio político de los tres poderes se decanta claramente en favor del ejecutivo.

Esto es innegable en la presidencia de Macron, pero lo que no resulta nada evidente es que semejante conducta solo la hayan tenido en Francia él y el general De Gaulle. Si se mira la historia de Francia desde Enrique IV hasta hoy, esa querencia a primar el ejecutivo aparece con una frecuencia contumaz. A veces -léase, entre otros, Luis XIV, Napoleón, Napoleón III o Raymond Poincaré, la eminencia gris de los tratados de Versalles que sellaron la I Guerra mundial- ese desequilibrio favorable al ejecutivo ha sido abrumador y en otras ocasiones no despuntaba tanto, pero casi siempre ha sido una constante en la concepción y práctica francesa de la política.

Entonces -se pregunta uno-, ¿por qué esa crítica a Macron? Una buena razón para ello es que en un mundo de bonanza y permisividad, la tentación del menor esfuerzo sea tan grande que garantiza un caudal de votos a quien sepa halagarla ofreciendo sopa boba, impunidad a la infracción y tolerancia para con los fugitivos del trabajo disciplinado.

Además, en el caso de Francia -que es un país de patriotismo pasional- el acento puesto por Macron en una política europeísta zarandea fibras emocionales. No es que los franceses estén dispuestos a llegar una decisión similar al Brexit de Boris Johnson, pero a no pocos de ellos el sometimiento de su país a normas acordadas en Bruselas les irrita porque las ven como notas impuestas por otros€ aunque económicamente resulten beneficiosas para todos, franceses, disidente incluidos.

Todo esto podría explicar el sentido peyorativo que se le da al gaullismo (en Alemania, esa misma idea-sentimiento la nombran mucho más acertadamente con la palabra cesarismo). Pero esto no sirve para saber qué papel va a jugar Francia en la Europa del futuro inmediato. Porque este futuro se presenta endeudado hasta las cejas por la gestión gubernamental de la pandemia; con una Unión Europea privada de Gran Bretaña, que aportaba más del 20% de la economía de todo el bloque; y con un contexto económico-militar totalmente nuevo dado el enriquecimiento y expansionismo (¿o quizá ya imperialismo?) chino.

Tal vez el hiperprotagonismo que está tanteando Macron lleve a Francia a ser la nación de referencia en la Europa rica. Incluso puede -si la suerte le acompaña- llegar a ser un elemento clave en el nuevo equilibrio mundial que se está gestando. O, si Macron y sus rivales fracasan ahora, Francia puede volver a ser la triste comparsa política de los años 50€ situación de la que la sacó precisamente Charles de Gaulle.