al SPD del siglo XX nunca le fue tan bien cómo en los años en que no practicó una política socialista” se podría decir hoy, cuándo el socialismo alemán lucha desesperadamente por volver a ser -electoralmente- un pilar de la política alemana.

Desde que el partido abjuró del marxismo (congreso de Bad Godesberg a mediados de los 50) el auge del SPD creció constantemente hasta dominar totalmente el decenio de los 70 y resurgir diez años más tarde - dirigido por Gerhard Schroeder- para volver a imponer su impronta en la política germana durante todo el decenio. En ambas fases de apogeo, el socialismo alemán antepuso las necesidades del Estado a la ideología del partido. El resultado fue una bonanza económica y la consecuente paz social.

En este proceso -por lo demás, normal en toda democracia- apareció un factor nuevo: los cambios generacionales y del contexto mundial cogieron con el pie cambiado a todos los partidos del mundo parlamentario; especialmente a aquellos cuyas ideologías estaban arraigadas en visiones sociales vetustas, decimonónicas. Y esto tuvo consecuencias demoledoras en el caso del SPD.

Los éxitos de la segunda mitad del siglo XX habían disparado los egoísmos de sinnúmero de dirigentes y -peor aún- cegado a los más radicales, convencidos ahora de que con dinero se podrían llevar a cabo todas las utopías.

El fenómeno mutatis mutandis ha sido universal, pero en el caso del socialismo alemán fue más grave porque el partido tuvo siempre una querencia a la fronda y al idealismo onírico. Quizá por eso, en Alemania el declive del socialismo ha sido más espectacular y agudo que en otras naciones occidentales. El SPD que tras la II Guerra Mundial había movilizado siempre a más del 40% del electorado, ahora se da con un canto en los dientes cuando supera el 20% en unos comicios.

El partido lleva ya lustros luchando por recuperar el protagonismo de otrora. Así, ha dado protagonismo a líderes de indudable capacidad política que apostaron por la línea moderada de Helmut Schmidt y Gerhard Schroeder, pero las nuevas generaciones siguieron negándole la confianza al partido. Ahora, el SPD intenta rehacerse, apostando por la vía opuesta, la de una izquierda radical y maximalista (la nueva directiva formada por la señora Esken y el economista Walter-Borjans) y los resultados no parecen mejorar.

La prueba de fuego del nuevo tándem -las urnas- falta aún, pero la presión centrífuga sigue siendo tan grande como hasta ahora.

Y es que al SPD de hoy en día le falta justamente lo que le sobraba al partido que se las tenía tiesas con Bismarck: una ideología que atienda las necesidades y aspiraciones de la sociedad y generación actuales. O dicho con más crudeza: al partido le faltan pensadores y le sobran activistas