la decisión comunitaria de finales de octubre de no iniciar conversaciones de incorporación con Macedonia del Norte ha sido aparentemente una cabezonada despiadada del presidente francés, Emmanuel Macron. En realidad, este no hizo más que plasmar un sentir de toda la Unión Europea: basta ya de balcánicos.

El hastío occidental contra los orientales es socio-político. Especialmente la incorporación de Bulgaria y Rumanía (2006) enfrentó a las naciones occidentales con lo que se podría llamar “la corrupción total”: unas estructuras sociales en las que la corrupción formaba parte del sistema hasta el extremo de que la mecánica política y judicial no podía ni quería funcionar sin ella. Pero si los problemas traídos a la UE por Bulgaria y Rumanía han resultado muy difíciles de digerir por la UE, los diez Estados del Este europeo incorporados en 2004 tampoco resultaron muy asimilables.

En el caso de estos diez, la bonanza económica de toda la Unión disimuló algo las dificultades del proceso. Pero estaban allá y la crisis coyuntural de ese mismo decenio las hizo muy irritantes; irritantes para la Comisión bruselense y aún más para los ministros de Interior de las naciones ricas de la UE. Asimilar una masa humana (debida a la libertad de desplazamientos dentro de la UE) de formación moral y cultural diferente (cuando, no muy diferente) es un tema que aún no ha resuelto Bruselas ni los países afectados.

Pero con este problema se puede convivir y se ha convivido hasta ahora. También se puede convivir con la corrupción ajena; es peligrosa, molesta y cara, pero no deja de ser esencialmente un problema de las sociedades corruptas. Lo que los países ricos de la UE ya no quieren -dicen que no pueden en estos momentos- es asumir parte de la pobreza de los aspirantes. Ni siquiera cuando los aspirantes son cuatro gatos.

Porque la población total de los seis Estados balcánicos que esperan entrar ahora en la UE es menor que la de Rumanía y el PIB conjunto de estos seis no llegan ni a la mitad del de Rumanía? Y Rumanía es uno de los pobretones de la Unión.

Esta es la realidad económica escueta y la primera causa de las reticencias que exhibe Bruselas. Macron no hizo más que exteriorizarla. Pero como fue el único en dar la cara, parece también ser el único malo; pero sólo él dijo lo que pensaban todos. Su gran culpa, sin embargo, es que hizo pagar a justos por pecadores: de todas las naciones que han entrado a partir del 2006, solamente Macedonia del Norte ha dado unos pasos esperanzadores para la erradicación de la corrupción en el país.