A angustia, la tristeza, la soledad, el miedo o la depresión. He ahí un buen retablo de los terrores en el que se narran las circunstancias de nuestro tiempo, encapotado por los negros nubarrones que de un tiempo a esta parte nos cubren el cielo de la vida diaria. Son, como ven, cuestiones que afectan a la salud mental y que alcanzan a una señalada parte de la ciudadanía que no ha podido o no ha sabido sobreponerse a tan adversa climatología, si es que se puede decir así, que se nos ha venido encima. Fallecimientos o enfermedades de duro trago y larga recuperación, puestos de trabajo en el alambre cuando no han desaparecido, cargas sobrevenidas, cambio del estilo de vida, falta de espacios para el desahogo... Hay todo un catálogo de causas y uno no menos pequeño de consecuencias que ha llevado al Ayuntamiento de Bilbao a la búsqueda de soluciones para, como dice el vulgo, "no se nos vaya la olla". Al menos no del todo.
Quién lo hubiese dicho hace apenas un par de años largos. Era del todo imprevisible. Ni el más atinado de los gobiernos lo había visto venir así que no estaba prevista red protectora alguna que frenase la caída. Llega ahora el asunto a los primeros renglones del orden del día del pleno municipal con el matasellos de Urgente.
Todo gobierno circula entre vasos comunicantes. Así, el Ayuntamiento ha decidido, a su vez, facilitar el acceso de la población de más edad a las bicicletas, quizás por aquello de que quien mueve el corazón serena la cabeza. En este caso van más allá del pedaleo: se enclava en la idea de que Bilbao ofrezca triciclos eléctricos para dar paseos a personas mayores por la ciudad, para moverles. Como ven, Bilbao se ha convertido en un vigilante celoso de la salud de su ciudadanía. En estas cuestiones, ya les digo, no hay oposición que valga.