EDIR lo imposible es un ejercicio cercano a la tiranía, forma de gobierno, si es que se puede decir así, instaurada por el covid, un bárbaro Atila que se empeña en hacerse amo y señor de nuestras vidas. El Tribunal Superior de Justicia del País Vasco ha autorizado la ampliación del pasaporte covid en Euskadi para acceder a espacios cerrados como hospitales, residencias, toda la hostelería, espacios culturales como teatros o cines y conciertos y centros deportivos, como polideportivos o gimnasios. Es decir, prevención en los espacios donde se extreman los cuidados de la salud (o, por extensión, por donde circulan las personas de salud más quebradiza...) y cautela ante la celebración de la vida alegre, que tantas veces aparece con un ramillete de tentaciones bajo el brazo para conquistarnos.

He aquí la penúltima queja de la hostelería que ahora mira con recelo la demanda de esas credenciales. Arguyen que en una parte de la hostelería es casi un imposible con una sola persona poniendo cafés, tirando cervezas, atendiendo las mesas de la terraza y ahora, dicen, exigiendo ese pase, acreditado con la exhibición del DNI para evitar las burdas falsificaciones.

Este último dato es, no me digan que no, un asunto peliagudo. ¿De verdad que hay una parte de la ciudadanía capaz de hacerse trampas al solitario con la tan importante razón de tomarse una cerveza cuando y donde se le pone, con el único motivo de no renunciar a una parcelita de libertad propia, aun a costa de encadenar la libertad ajena de la hostelería a los barrotes de una vigilancia exhaustiva?

Sí, claro que la hay. Y no es una parte menor ni desdeñable. Gente que considera que no pueden exigirle que se vacune y él o ella sí pueden exigir que les sirvan. Gente que defiende su libertad por encima de todas las cosas, incluida la salud del prójimo; personas que están hartas del mordisquear el pan duro de las restricciones y van a saltar la valla al país de las distracciones. A toda costa y por encima de cualquier ley.

Los resentidos, que nunca faltan, conspiraron contra sus inconveniencias. El sediento quiere cerveza a todas horas y algún que otro hostelero (que también los hay...) se queja de que no les dejan hacerlo. Se supone que mientras paguen. El celoso mira las barbas de su vecino y a nada que estén cuidadas, alzan la voz: ¿por qué las suyas no? Es lógico que denuncien las dificultades para mantener el mismo ritmo que antaño. Como las que tienen para llenar la cesta de la compra quien trabaja bajo el yugo de un ERTE o, peor aún, quien no trabaja bajo la espada de Damocles del paro. Como las que tiene para moverse quienes se quedaron sin fuerzas o con algunas discapacidades (de quienes murieron mejor no hablar, por respeto...) o como las que padece el sobrepasado por la carga de trabajo. Aquí cada cual juega su propio solitario y es terrible pensar que algunos ventajistas se hacen trampas sin disimulo. Como si fuesen a ganar algo más que el que debiera ser el reproche unánime de quienes se atienen a lo que toca.