L poeta romántico hablaba de la juventud como de un divino tesoro y ese otro poeta, más urbano y apegado a la calle que era Quino, soñó con que tal vez algún día dejen a los jóvenes inventar su propia juventud. Entre ambas ideas se mueven los gestores que han decidido salir a la calle para preguntar a la juventud de hoy cuáles son sus ideas y necesidades (las legales, quiero decir...) para elaborar un plan de futuro. Es necesario. Escuchen, si no, a Kofi Annan cuando ostentaba uno de los poderes más grandes que pueden manejarse hoy en día. "Una sociedad que aísla a sus jóvenes, corta sus amarras: está condenada a desangrarse", dijo. Lejos de distanciarse, la apuesta es hacer una vida a medida. Como los trajes en la sastrería o los vestidos en el atelier, pongamos por caso.

La juventud, rebelde por definición, siempre quiso cambiar el mundo. Pero antes de que lo hagan saltar por los aires (o se dejen llevar por su corriente, desencantados...) la idea de ofrecerles el timón para que marquen el rumbo en la carta de navegación suena bien, muy bien. Esa ansiedad que les empuja hacia el futuro no es algo nuevo. El mismísimo Albert Einstein ya se lo advertía tiempo atrás cuando se preguntaba "juventud, ¿sabes que la tuya no es la primera generación que anhela una vida plena de belleza y libertad?". Ellos sueñan con ser los primeros pero el verdadero sueño a alcanzar es otro: basta con ser a tu manera.

Este estado de ánimo de los taipocos años trae consigo la fuerza de las mareas, los sueños de las noches felices, la vida intrépida antes que la sosegada. Llevan en su mochila un par de certezas: que su futuro es infinito y que saben lo que no quieren antes de saber lo que quieren, lo que no es poca munición. Es bueno escucharles para facilitarles el mañana que será suyo por derecho de edad. Mientras no pidan imposibles -que los pedirán, claro que sí...- hagámosles caso.