L árbol de las leyes, los hábitos y las costumbres necesita una poda continua a nada que uno pretenda adecuarse al paisaje de cada época. En esa arte botánica, si es que se me permite expresarlo así, encaja la noticia: el Gobierno vasco duplica los fondos para las ayudas para rehabilitar viviendas. Probablemente la iniciativa dé respuesta a una necesidad de largo recorrido, no se discute. La cuestión es que el confinamiento que nos retuvo en casa provocó que cayésemos en la cuesta de las necesidades de hoy: una terraza donde replicar el aire libre del exterior, sin ir más lejos. Si fuimos capaces de tomarnos en el sofá la cervecita del bar, si logramos crear un hábitat que recuerde al de la oficina para activar el teletrabajo; si nos metimos el cine, el gimnasio o la discoteca en el salón... ¿no hacía falta el no va más de crear en casa, al alcance de la mano, una porción de aire libre que alivie las penas de la claustrofobia? Al parecer las terrazas son el number one de las peticiones para las rehabilitaciones y reformas.

Vamos, que el confinamiento nos reveló que no es suficiente con tener un techo bajo el que caerse muerto, como decía la vieja voz popular. Ahora se demandan títulos de propiedad del aire libre. ¿Quién dijo que a nuestra vida no vuelve la primavera? Nos renovamos siempre; vivir es renovarse. Por eso hemos descubierto la penúltima necesidad: cambiar el paisaje. En los tristes días el encierro descubrimos que conviene cultivar la fantasía, y esto no sólo en los campos del arte, de la ciencia y de la técnica, sino también en la política, o en la propia familia. Para renovar nuestras sociedades y nuestros propios hogares necesitamos aplicar la imaginación de García Márquez o de un Einstein.

Tanto hablamos de la reforma laboral, tanto nos preocupó, que olvidamos la reforma doméstica. Hoy hemos puesto el ojo en esa necesidad. Y hemos descubierto cuán grande es.