AY marcas y productos, que más allá de sus cualidades, poseen un don que las hace incomparables: tienen la capacidad de convertirse en el santo y seña de su lugar de origen, en embajadores de la tierra en la que nacieron. Es lo que le ocurre, sin ir más lejos, a la fábrica de cervezas La Salve, heredera de los viejos y buenos tiempos de comienzos del siglo XX, cuando las cerveceras eran templos de la diversión en Bilbao. Hoy ya no quedan lugares así, es cierto. Pero sí que existen apellidos de reconocible prestigio que tienen un inusitado poder de atracción.

Acabamos de comprobarlo con la ya citada cerveza La Salve, capaz de traer hasta la villa un congreso que congregará a un sinfín de compañeros de negocio el próximo octubre para darle cuerpo a la Bilbao Bizkaia Beer, un punto de encuentro que nace con la vocación de convertirse en centro de peregrinación para los amantes de la dorada y refrescante bebida.

Ya no son los mismos días en los que el mismísimo William Shakespeare nos dijo que "la mejor cerveza está donde van a beber los monjes", sobre todo porque apenas quedan monjes que beban a la luz del día. Da igual, no cambia el poder casi sobrenatural de esta bebida sobre la que Benjamín Franklin dijo que su existencia "es la prueba de que Dios nos ama y quiere que seamos felices".