ECUERDO un legendario gag de Groucho Marx en no tengo claro qué película. El mostacho más célebre de su tiempo aparecía en escena y ponía cara de circunstancias para hacer frente a una mujer que no callaba en una cena. "¿Sabe que no ha parado de hablar desde que he llegado? ¿La habrán vacunado con la aguja de un tocadiscos?", se preguntaba. Me ha venido ahora a la cabeza la anécdota, una vez escuchado que la vacunación a la población general menor de 65 años comenzará la semana próxima con dosis de AstraZeneca, proceso que irá en paralelo con el de la inmunización de los colectivos esenciales pendientes. Ya entramos en juego el común de los mortales.

Contra el optimismo no hay vacuna que valga, nos dijo un literato, Mario Benedetti, capaz de ver la condición humana en el laboratorio de los seres humanos. Y lo cierto es que el entusiasta alborozo con el que ha sido acogida la noticia equivale justo a eso: a un optimismo imparable. Da la impresión de que comienza a ajustarse un plan para ir hacia una vacunación masiva y ahora entran en juego los nervios de la espera. Cuando uno se había armado con la santa paciencia de la lógica (primero y ante todo, los más necesitados y quienes corren más peligros...), uno miraba con expectación el tráfico y el deambular de los sueros. Hoy, cuando ya se sabe que cualquiera entra en las quinielas, crece la tensión. Ocurre como con las finales de Copa: si tú no juegas, esperas que se dispute un buen partido, lleno de alternativas. En el caso, por ejemplo, de los athleticzalesde hoy en día, a espera de dos consecutivas: te da igual cómo se jueguen. Solo esperas ganarlas.

Cerrada la polémica suscitada a raíz de la comunicación de eventos trombóticos muy infrecuentes en personas que han sido vacunadas con el fármaco de AstraZeneca ya estamos preparados para esa agua bendita.