ASI todo lo sucedido en el último año de nuestras vidas era impensable, imposible de imaginar. Se diría que es material de provecho para una buena literatura fantástica si no fuese porque hablamos de la cruda realidad. Hasta tal punto que en lugar de escribir una novela el Gobierno vasco a escrito un informe titulado Memoria de un año de pandemia, que, una vez leído, se diría que es una lectura propia de Edgar Allan Poe, uno de los grandes en la literatura de terror.

Que no, que no digo esto porque esté mal escrito o contenga faltas de ortografía. Lo que ocurre es que todo lo vivido a lo largo de este año provoca escalofrío. Tal día como hoy hace un año, el 13 de marzo de 2020, a propuesta del lehendakari, Iñigo Urkullu, el Gobierno vasco adoptó la Declaración de Emergencia Sanitaria al amparo del LABI (Larrialdiari Aurre egiteko Bidea-Plan de Protección Civil de Euskadi). La expresión sonaba como asunto grave. Y lo era, vaya si lo era.

Basta con detenernos en un párrafo de la introducción para entenderlo. Escúchenlo. "A lo largo de este año, hemos vivido una situación inédita y desconocida con una afección a la vida social que nunca hubiéramos imaginado. El primer recuerdo está siempre con las víctimas de la pandemia. En Euskadi han sido 3.912 las personas fallecidas y desde el día 21 de septiembre de 2020 cuentan con un espacio de recuerdo y homenaje en el Parque Sempervirens en Vitoria-Gasteiz".

¿Qué? ¿Ahora lo entienden? La memoria es detallista y escrupulosa con lo que cuenta, pero me temo que se trata de una obra inacabada. ¿Acaso no continúa diciendo algo así como "un año después, la crisis sanitaria se mantiene y seguimos padeciendo sus consecuencias en todos los órdenes de la vida y en todo el mundo"? Sí, claro que lo dice. El informe merece ser desmenuzado para que todos aquellos que no han arrojado la toalla y siguen tratando de comprender tengan material de primera mano. Un sábado cualquiera como este hace ya un año uno no se hubiese detenido en estas lecturas. Me imagino tomando una cervecita en una terraza a la orilla del mar, a un paso de besar a mi pareja antes de irnos a cenar y, oigan, que lloro. A moco tendido.