ESDE que hace ya 70 años la costa este del estado de Florida, el conocido Cabo Cañaveral, se convirtiese en una de las bases más estratégicas de la NASA junto a Houston, cada despegue evoca, de forma metafórica, aquellas tierras. En un día como el de ayer, elegido para el despegue hacia una normalidad aún por definirse, era imposible abstraerse de ese recuerdo. Tres, dos, uno... ¡ya, tercera fase! El problema no está ahí, en el lanzamiento, sino en Houston, donde escucharon con asombro y espanto al astronauta Jack Swigert, durante el accidentado viaje del Apolo 13, cuando pronunció aquel sobrecogedor: "Houston, tenemos un problema".

Sobre esa idea avanzamos a paso lento, como si no hubiese gravedad suficiente para lanzarse a la carrera. Un paso, otro y otro más. Botas de plomo. Pero siempre mirando hacia atrás, siempre atentos a lo que queda a nuestra espalda. Abren los bares y las piscinas, sí. Pero en los hospitales cercanos (Txagorritxu y Basurto) aparece, de repente, una nueva mancha de queroseno, como si hubiese una fuga de combustible. El temible rebrote como recuerdo de que en el aire aún pervive un gen extraterrestre, el virus de marras. Y renace la preocupación. Que no hable Jack, que no suene la angustiosa voz de Jack.

Me temo que ese vaivén va a ser el pan nuestro de cada día hasta dar con la solución que, según asegura la ciencia, radica en una vacuna. Hay que confiar también en un golpe de azar que evite la mutación sobre la mutación. La remutación. Pasada la tempestad que se desató durante la tormenta hemos enviado arriba, al palo de vigía, a ojos expertos en otear el horizonte. Son los encargados de avisarnos si aparecen negros nubarrones en lontananza y si en apariencia llegan cargados de aparato eléctrico. Ya se sabe que en la mar ese es un problema peliagudo.