pesar de ti, de mí y del mundo que se resquebraja, yo te amo", dice Rhett en un momento dado, consciente de que hay querencias, cariños y amores todopoderosos. Ella, Scarlet, es un hueso duro de roer, una mujer que se maneja con soluciones a su medida, siempre buscándose una salida. No ha tenido una vida fácil. Ha dado largas a Rhett y ahora él se va. Parece todo perdido, pero ella se despide en la pantalla con una frase legendaria en el cine. "Iré a mi casa, idearé algo para hacerle volver. Después de todo, mañana será otro día".

Al ritmo que van las cosas bien pudiera ser ese el leitmotiv de la rutina que se avecina: mañana será otro día. Puestos en esta tesitura, una de las preguntas clave que salta de inmediato es evidente: ¿quién gobernará el imperio de mañana? Pensemos que la escala de lo que sucede en China y de cómo actúa ese país al respecto es descomunal, acorde a su peso demográfico de 1.300 millones de habitantes. La manera en que actúen y avancen hacia el porvenir marcará nuestros modos y maneras. Visto cómo los países guía del estilo de Estados Unidos parecen hoy distantes del trono desde el que se gobierna la realidad humana, la vieja China que hoy maneja la industria farmacéutica, que se ha ido adueñando de puertos estratégicos, que se ha lanzado al comercio tecnológico y ya incluso mira, con ojos de deseo, el espacio exterior, es la seria candidata a convertirse en mandarín del imperio.

Una, dos, tres semanas y, ¡zas!, la epidemia se convirtió en pandemia y el problema en catástrofe. Ese fue el tiempo que tardaron en reaccionar, de media, los poderosos países occidentales. ¿Con ingenuidad? Quizás. ¿Con soberbia? Probablemente. ¿Con desconocimiento? Seguro. De momento el mañana no tiene dueño fijo, pero yo, háganme caso, me voy a ver un tutorial sobre cómo comer con palillos.