A buena ciudadanía (hay otra, dicen, con distintos comportamientos, pero no sé si se puede considerar a esa tribu como ciudadanía pura y dura...) mira y escucha de norte a sur y no sale de su asombro. O mejor dicho, se siente presa en una jaula de grillos. Si ya de por sí la comprensión del mundo por fases que ahora nos venden de puerta en puerta, como antaño vendían la Enciclopedia Británica por fascículos o la colección Austral de Espasa Calpe, ya se parece a uno de aquellos duros problemas de trigonometría, ni qué decir tiene cómo se embravece con las incoherencias de la inmensa mayoría de medidas, o los cambios de plazos y de rumbos constantes, como si el timón de la nave lo guiase el Capitán Haddock tras unos tragos de Loch Lomond. Su temperamento levantisco, sus diatribas, sus debilidades, su actitud a veces torpe, a veces valiente es incorregible e incomprensible. Así nos va.

No pongamos nombres propios a la historia para no ofender o para evitar las represalias. Cada medida que afecta al regreso a la vida -lo otro no fue vida, fue un impás...- requiere el visto bueno legal, el acuerdo de las fuerzas gobernantes, la comprensión del tonto de la calle, que también los hay, y la santa paciencia ciudadana que ya rebosa. Un día de estos estalla.