A legendaria ruta de la Seda o los trepidantes viajes de Marco Polo que acercaron al Viejo Continente y el Lejano Oriente, sí. He ahí dos de las grandes rutas del comercio que cambiaron el rumbo de la humanidad, de la misma manera que lo hizo, aceptémoslo, el e-commerce, un gran bazar que empequeñece al misterioso de Estambul. Y yéndonos más atrás, hasta los orígenes, hay que recordar que el comercio no solo supuso un intercambio local de bienes y alimentos, sino también un intercambio global de innovaciones científicas y tecnológicas, entre otros. Además del intercambio de innovaciones, el comercio también propició un paulatino cambio de las sociedades. De repente la riqueza podía almacenarse e intercambiarse. Empezaron a aparecer las primeras sociedades tal como las conocemos hoy en día, y también las primeras estratificaciones sociales. ¿Vendrán cambios semejantes ahora? Esa es la pregunta.

Han bastado 50 días de encierro y siglos de miedos y cautelas acumulados para que se dibuje un nuevo tiempo comercial. De momento, un punto confuso y difuminado, casi un boceto. No por nada, los comercios de cercanías que ayer abrieron sus puertas tuvieron que hacerlo con las mismas precauciones y medidas de seguridad que el Centro de Diamantes de Amberes. Los ladrones que dieron el golpe en 2003, encabezados por Leonardo Notarbartolo, tuvieron que superar diez niveles de alta seguridad para llevarse 100 millones de euros. Hoy el propio Leonardo, tendría dificultades para entrar contaminado a una tienda.

Es uno de los signos de la nueva ruta. Primero fueron los supermercados, luego los grandes centros comerciales y más tarde el comercio electrónico, obligando a cuidar más los establecimientos, dotar de una mayor especialización y mejorar la identidad con los clientes. Ahora nace otro desafío.