CUALQUIERA que esté empapado en el Bilbao más chirene, en la Bizkaia más popular, sabe que el adjetivo que mejor encaja a la sardina por estos mares es el de freskueeee, dicho así, con la e final bien arrastrada. Hoy, cuando tocan a difunto en los carnavales de este año y se procede al entierro de la sardina, una tradición a la que bien pudiera acompañar una oración laica que diga algo así como "¡Sardina txitarrue!" (dicho sea con el permiso celestial del inolvidable Currito...) si uno tiene en cuenta, sin ir más lejos, el pregón en modo de tuit que lanzó Pinpilinpauxa ayer mismo. Les leo: "Nada es para siempre. Ya se terminan los carnavales de 2020. Recordad que a las 19.30 se realizará un velatorio en la Plaza Nueva, y posteriormente el cortejo fúnebre con nuestra sardina se trasladará hasta la Plaza Arriaga, donde se quemará a las 20.00. Se pide riguroso luto".

De tierras muy lejanas me llegó, hace tiempo ya, una recomendación que sobrecoge. "Disfrutad del Carnaval, mortales, porque será la última oportunidad que tengáis antes de que la oscuridad os sobrevenga", decía. Fue oírlo y ponerme a cantar y bailar como un descosido, no fuese que la admonición estuviese bien cebada con la pólvora de la verdad. La sardina de ayer quedó reducida a cenizas como si fuese una premonición, la advertencia de la llegada del Miércoles de Ceniza que se avecina.

No olvidad, bilbainos y bilbainas, lo que se ha vivido estos días atrás. Frufrúes, tin tines, sedas, cascabeles, collares de risas. El cascabeleo del Carnaval que si bien no es, en nuestras calles, algo tan sagrado como en Río de Janeiro, Venecia o Cádiz sí que tiene un aire cachazudo y cachondón, festivo y alegre aun sin llegar al desmelene de otra inolvidable, la tremenda Celia Cruz. En la quema de ayer ardió el pase pernocta de los cuarteles del aburrimiento. Regresa el mundo gris.