OY, cuando media Europa se admira aún con la personalidad de un portero como Unai Simón, capaz de alumbrar con su luz una tarde que nació entre tinieblas (el accidente frente a Croacia con la selección española en la Eurocopa fue tan morrocotudo como las manos que sacó durante el resto del partido...), aquí en Bilbao no hay asombro que valga. No en vano, esa es la imagen de los últimos tiempos: un diablo o un ángel en el mismo partido, siempre con el carácter necesario para sobreponerse. Son los habituales pecados de juventud que lo mismo sepultan una carrera en un puesto tan específico como el suyo que las gestas propias de un gran portero, que lo mismo la proyectan hacia los cielos. A Unai le han visto en media Europa y van a verle en Tokio, en el sagrado templo del deporte: los Juegos Olímpicos.

En San Mamés ya es un viejo conocido. Su aparición, ¿se acuerdan?, resultó tan esplendorosa como los días de gloria que hoy vive en el viejo continente. Se había marchado Kepa, el elegido, a la tierra prometida de la Premier y San Mamés andaba con el ¿ahora quién?. Quién fue Unai y en un santiamén el adiós de Kepa cayó en el olvido. Luego vino, ya lo saben, la regularidad que, por lo visto hasta el momento, no tumba el árbol.

Los antiguos textos Tao te ching, referentes del Taoísmo, lo explican de una manera más poética: si eres flexible, te mantendrás recto. Ser junco para no quebrarse ante los malos vientos y arraigarse en la portería como un roble. Vendrá de fuero, eso parece, un portero más cuajado a la portería del Athletic, un hombre que ha pasado por la forja. Y se le esperará con expectación, como siempre ocurre cuando alguien se coloca bajo los palos de San Mamés. Lo doloroso del tema, si es que se puede decir así, es que es bastante probable que no aparezca en el primer partido de San Mamés con público: frente al Barcelona. Duele pensarlo pero el descanso no es justo. Es necesario.