OS jugadores del Athletic bajaban en camión por el alto de Miraflores y allí, en una curva cerrada, camino del Ayuntamiento, estaba la pancarta, con una vieja leyenda a la que no se le conoce padre pero sí miles, si no millones, de hijos que la han pronunciado con el paso del tiempo. A cualquier aficionado de edad le sonará. "Con cantera y afición... no hace falta importación!" Hoy quizás el lema le suene ingenuo a una juventud internacionalizada, globalizada. Casi como un poema infantil de Gloria Fuertes, si no me crucifican por decirlo así. Les hablo de las maneras, claro. El fondo que subyace en el viejo lema continúa corriendo por las venas de la familia como si alimentase su propia sangre.

Lezama era, por aquel entonces, un embrión, una semilla. Apenas tenía dos años y medio de vida pero la idea de nutrirse de la cantera ya era savia de un viejo roble en el ideario del Athletic y en la cabeza de sus miles de seguidores. Siempre lo fue. Lezama entendida como la casa del padre, como el fuego de campamento alrededor del cual se reúne el fútbol de Bizkaia; Lezama como sueño de tantas y tantas infancias y como factoría, como espejo en el que se miraba aquella tierra de entonces, donde la fábrica era un santuario. Allí anidaron y anidan las primeras importaciones, las ideas al vuelo para crear un fútbol con sello propio.