A edad, he ahí uno de los valores más intangibles del deporte. La edad, tantas veces ligada a la experiencia como si esta fuese la verdad suprema. No cabe duda que Tomás Ondarra, todo un atleta de la creación, se ha apoyado en lo que lleva vivido de sentimiento como apasionado athleticzale para el impulso de su diario ilustrado en torno al Athletic que relajó las horas duras del confinamiento a sus lectores. Ahí sí, ahí el peso de los años han dejado su poso y no ha sido extraño que la campaña de crowdfunding impulsada para que su cuaderno de dibujo viese la luz fuese un éxito. La manera de contarnos la vida en rojo y blanco de Tomás alcanza, como el rayo, al corazón de un sinfín de generaciones rojiblancas.

Viene al caso esa reflexión ahora que el estreno del Athletic en la liga, con esa sensación de deja vú en Granada de que la aparición de Jon Morcillo fue casi lo único rescatable, ha dejado en la afición una duda. ¿Por qué seguir jugándonosla con los clásicos, cuando llevamos un puñado de meses viendo cuál es su techo? Como quiera que el Athletic partía de cero en esta nueva temporada y los jóvenes cachorros habían demostrado, durante la pretemporada, que traen consigo las botas de la ilusión, la afición esperaba la revolución de la juventud.

¡Cuánto cuesta esto en el Athletic! Cuánto cuesta lanzar no ya una apuesta lógica -al fin y al cabo esa es la savia de este equipo- sino un órdago a mayor. Hay que esperar a que se forjen, a que vayan cogiendo cuajo, a que maduren como un fruto en el árbol. ¿Y jugársela? ¿Y atreverse a juntar cuatro, cinco, seis jugadores nuevos de golpe que regeneren al equipo? Hay peligro como siempre lo hubo. Pero ese bombeo de la sangre joven, impredecible, desconocida para los rivales, también proyecta peligro hacia los contrincantes. Los jóvenes, parece pensar Garitano, han de hace méritos para suplir a la guardia pretoriana. No entendemos por qué.