Las cloacas, las alcantarillas, los sumideros del Estado en los que se instala lo peor de la corrupción gubernativa. En una declaración de oficio, Fernando Grande Marlaska ha declarado que “No existen cloacas a día de hoy. Se han tomado medidas”. Un ministro de Interior no podía decir otra cosa, evidentemente. Las cloacas policiales o de servicios de información, por el contrario, permanecen incrustadas en el Estado español desde siempre. Que aparezcan o no, que sean descubiertas o no, depende de la oportunidad o la envergadura de la chapuza, pero cuarenta años de supuesta democracia no han sido suficientes para que los aparatos del Estado se quiten de encima esa caspa impune, al servicio del poder de turno.

Dejemos a un lado los interminables tiempos del franquismo, porque todos los años de la dictadura fueron un inmenso albañal jamás investigado. Pero lo que sí podemos constatar es que aquella práctica de chantaje y espionaje avalada por los prebostes de la dictadura, se ha venido perpetuando hasta hoy. Y ahí siguen las cloacas, eternas, perpetuas, viendo pasar el tiempo al servicio del poder que toque en cada momento. La ciudadanía asiste, casi resignada, a la sucesión de protagonistas de las cloacas que en cada momento histórico han sido destapados gracias a complicadas investigaciones, o a su desmesurada osadía, o a ajustes de cuentas entre los propios personajes. Huele cada día, pero sólo a veces el hedor desborda la alcantarilla y queda al descubierto la infamia.

Suponiendo, y suponiendo bien, que cuando sale a la luz alguna operación o algún protagonista no es más que la punta del iceberg, se puede comprobar que la labor de las cloacas del Estado es ininterrumpida e impune. Desde Paesa a Villarejo, o desde Barrionuevo a Fernández Díaz, por las alcantarillas del Estado han deambulado espías, chantajistas, soplones y hasta criminales actuando en la mayor impunidad, condecorados incluso, mandase el Gobierno que mandase. Todos ellos pagados generosamente con dinero público. ETA, la izquierda abertzale, el nacionalismo, el independentismo, los partidos adversarios, la competencia bancaria, intelectuales, artistas, todo lo que se mueve, todo lo que molesta, ha sido objetivo del espionaje que ocupa el tiempo de sicarios a sueldo del Estado.

Las cloacas, y esta es la desgracia, están por encima de los gobiernos. Las cloacas están en el poder real, que es la cloaca máxima. Y el poder real es la mafia de grandes empresarios, banqueros y la crema del Ibex 35 que sostienen financieramente a los políticos, con la ayuda inestimable de periodistas corruptos que esparcen la basura con el ventilador de sus panfletos y tertulias para decidir quién gobierna y, sobre todo, quién no tiene que gobernar de ningún modo. Los apéndices del poder real, ese poder que perdura por encima de los gobiernos de turno, se saben impunes aunque se les desborden las cloacas y se judicialicen sus excesos. Ahí siguen y seguirán los “policías patrióticos” del ministro Fernández Díaz, como siguieron los Amedos, de plató en plató. Ahí siguen los analistas conspicuos al servicio del poder, mintiendo y manipulando a la opinión pública. Ahí sigue el PP enfangando en la corrupción sin asumir responsabilidad alguna, como si destruir y fabricar pruebas fuera lo más normal en democracia. Ahí está el silencio estrepitoso del PSOE, con su larga experiencia en fontanería de bajos fondos. Ahí está el disimulo de Ciudadanos, creado y mimado por las mismas élites del Ibex 35 que están detrás de los grandes medios. Por eso unos y otros callan y eso es inquietante. Pero, ¿quién se va a atrever a enfrentarse con el poder real?

En este país es muy difícil que nada cambie y si en las inminentes elecciones se hace realidad que acabe por proclamarse un Gobierno ultra de las tres derechas, será porque así se ha decidido en esa cloaca máxima que en realidad es la que gobierna. Y como corresponde a las cloacas, todo se negocia en la opacidad y en la impunidad, esa enfermedad mortal de la democracia.

Ahí están, impunes, las cloacas del Estado viendo pasar el tiempo. Hieden desde hace décadas, sin que pueda apreciarse ninguna ruptura con las tinieblas de la dictadura.