Sobre la obesidad actúan factores de naturaleza ambiental, pero también tiene una importante base genética. En las sociedades contemporáneas la actividad física ha disminuido con relación a la que se hacía en el pasado. Y a eso se añade la sobreabundancia de alimento fácil de digerir y absorber. Los mayores índices de sobrepeso y obesidad del mundo se dan en archipiélagos e islas del Pacífico, como Nauru o Kiribati (Micronesia), y Samoa, Tonga, Hawái o Tuvalu (Polinesia). Y lo llamativo de estos casos es que sus niveles de obesidad superan ampliamente los característicos de países con similar provisión de comida.

El sobrepeso se mide mediante el índice de masa corporal, que se calcula dividiendo el peso (en kg) entre el cuadrado de la altura (m). Si sobrepasa el valor de 25 indica sobrepeso, y si es mayor que 30, obesidad. En Samoa, uno de los archipiélagos citados, el valor medio de ese índice es 31’7, solo por debajo de los de la isla de Nauru (32’5) y el archipiélago de Tonga (31’9). A comienzos del siglo XXI, el 68% de los hombres y el 84% de las mujeres samoanas tenían sobrepeso; diez años después esos porcentajes habían subido al 80 y 91% respectivamente.

Hace cerca de seis décadas el genetista James Neel propuso que la diabetes tipo II podía ser una consecuencia negativa de la selección en la población de cierta variante genética, a la que él llamó “gen ahorrador”, que predispone a sus portadores a sufrir esa enfermedad. Más adelante, en la hipótesis se incluyó la obesidad como otra de sus consecuencias. La diabetes metabólica (tipo II) y la obesidad son rasgos que aparecen juntos a menudo, y lo que se proponía es que cierta variante genética podría haber sido beneficiosa en el pasado porque habría permitido sobrevivir con menos alimento, pero que en abundancia, lejos de ser beneficiosa, esa variante se convierte en un problema.

En un estudio reciente han encontrado que hay una fuerte asociación entre el índice de masa corporal y una mutación en el gen CREBRF, que es muy rara fuera de Samoa pero muy abundante en ese archipiélago. Aparte de esa relación, los investigadores hicieron experimentos con adipocitos (células que almacenan grasas de reserva) mediante las que observaron que la mutación en el gen CREBRF promueve un mayor almacenamiento de grasa y menor utilización de energía. Concluyeron, por tanto, que esa variante es, al menos en parte, responsable del sobrepeso de la gran mayoría de habitantes de Samoa. Por lo que la hipótesis del “gen ahorrador” se ha visto reforzada.

La mayoría de los genes que contribuyen a la obesidad lo hacen porque influyen en la regulación central (nerviosa y hormonal) del balance energético. El gen CREBRF, sin embargo, influye en el metabolismo celular. Y podría haber casos similares en otros grupos humanos.

Los samoanos, como otros polinesios, se han aventurado durante los últimos 3.000 años en grandes travesías oceánicas de duración y destino inciertos. Lo han podido hacer gracias al desarrollo del catamarán y a su gran pericia como navegantes. En esos viajes pasaron, con toda seguridad, hambre y frío. Solo quienes sobrevivían a esas duras condiciones han dejado descendencia. Y muchos de ellos sobrevivieron gracias a su metabolismo ahorrador. El pasado pasa ahora factura a los descendientes de aquellos navegantes en forma de obesidad generalizada, pues las condiciones a las que se ven expuestos los samoanos de hoy -alimento abundante y confort térmico- son diametralmente opuestas a las que tuvieron que superar sus ancestros. Un colofón nada épico a uno de los episodios más asombrosos de la odisea humana.