acceder al gobierno no equivale a liderar la sociedad cuyo destino se ha de regir desde la condición de presidente del poder ejecutivo; tras las elecciones del pasado domingo, vuelven las especulaciones en torno a si Sánchez optará por un gobierno en solitario o si buscará una fórmula de acuerdo de apoyo parlamentario estable tras pactar la investidura o incluso, como tercera vía, la de un gobierno de coalición cuyos integrantes, en tal caso, marcarán el devenir de la política en cuatro años claves también para el futuro de nuestro autogobierno vasco, porque cabe prever que en esta nueva legislatura estatal las Cortes deban debatir y votar la actualización de nuestro estatus si previamente alcanzamos un acuerdo en Euskadi.

Es pronto todavía para resolver la incógnita acerca de la fórmula de gobierno por la que se inclinará Sánchez. Y con otra importantísima cita electoral el próximo 26 de mayo cabe prever que todo lo relativo a la investidura y a la configuración de gobierno va a quedar diferido al mes de junio; sí cabe ahora intentar al menos anticipar alguna prospección sobre el futuro escenario de pactos y su repercusión en las políticas que deberá poner en práctica el futuro gobierno en cuestiones tan sensibles como irresueltas, entre las que se encuentran la consolidación de los derechos sociales, la compleja distribución territorial del poder político o el futuro de Europa.

El término más recurrentemente utilizado desde las elecciones del 28-A es el de gobernabilidad. El PSOE obtuvo a nivel estatal una victoria importante, sin duda, pero ello no elimina la necesidad de buscar acuerdos para la investidura de Sánchez (sea esta, de acuerdo con lo dispuesto en el artículo 171 del Reglamento del Congreso de los Diputados, en primera votación, por mayoría absoluta fruto de pactos; o se materialice tal investidura en segunda votación, por mayoría simple). Y tras esta es clave la posterior conformación de un gobierno, bien en minoría y sin acuerdos, bien con un respaldo estable parlamentario logrado a través de un pacto de legislatura. Rajoy y el PP gobernaron, sí, pero nunca lideraron ni el país ni el sistema. Esta clave, junto a la política de confrontación permanente convertida en seña de identidad del PP, debería orientar ahora, por contraste, a la búsqueda por parte de Sánchez de acuerdos que garanticen estabilidad y gobernabilidad.

Dirigir un gobierno debe traducirse en intentar tomar decisiones adecuadamente. Liderar un país es otra cosa: supone no solo hacer bien las cosas formal o procedimentalmente, sino además materializar de verdad las decisiones adecuadas. Saber qué está bien, qué corresponde realizar como acción de gobierno y no hacerlo implica falta de coraje. La autoridad moral, la credibilidad social, la auctoritas de un dirigente político deriva entre otras cosas de esas dosis de coraje que le ayuden a superar lo aparente, lo formal, el mero deseo de quedar bien, el pseudomovimiento (girar y girar sobre sí para llegar al mismo sitio de partida).

¿Y cuáles podrían ser las señas de identidad de un gobierno que trate de aportar soluciones a viejos problemas sin solución? No valorar la acción de gobierno en función del número de leyes (soportamos una ineficiente hipertrofia normativa), no buscar siempre en otros la causa del problema e insistir en la voluntad de acuerdo.

Conocemos ya cuál ha sido hasta ahora el resultado de una política carente de pactos o de gestos que pudieran tejer complicidades: la política de frentes ha dibujado un clima político que gripa el motor de toda voluntad de acuerdo, porque sin confianza recíproca nunca habrá posibilidad de acuerdos.

¿Cómo cabe valorar desde Euskadi tantos años de cicatera visión hacia todo lo vasco, cuando no de menosprecio y de altanería prepotente, frente a las invocaciones al pacto y al diálogo realizadas de forma sistemática por parte del lehendakari y de su gobierno? El poso de destilación que todos estos años ha dejado en la sociedad vasca es el de una oportunidad perdida para haber trabajado en la normalización política y en el terreno de la convivencia.

Para tener buen juicio en política hay que empezar por reconocer los errores. Mirar al pasado con verdadero sentido de la autocrítica desde Madrid supondría repensar la ausencia de toda voluntad orientada al pacto entre diferentes y a enfocar los esfuerzos hacia una nueva forma de entender las relaciones entre el Estado y Euskadi que supere viejas tutelas y se base en el reconocimiento de la realidad nacional vasca.