O cabe duda de que la gestión política del siglo XXI no puede postergar la asunción de compromisos en el plano social, que no están separados del económico, el ecológico o el bienestar colectivo. No queda tiempo de justificar la inacción en unos por la urgencia de otros. Algo hemos ganado cuando no hay discurso político que pueda obviar estas realidades. Los agentes que aspiran a orientar, transformar o desarrollar la realidad vasca ofrecen su proyecto social. A la ciudadanía le toca asumir, elegir e impulsar por medio del mandato democrático. En el soberanismo vasco, estos días PNV, Sortu y ELA muestran sus propuestas.

La de ayer, del PNV, consolida la prioridad del modelo social como motor político mediante el compromiso explícito con los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Prioridades objetivables cuya única ideología es la viabilidad de la sociedad en téminos de equidad, cohesión, derechos y respeto al entorno. Transversal, universal e imperiosa a la luz de las circunstancias que vivimos en este siglo de crisis económicas, sanitarias y ambientales. Lo difícil es materializar ese programa y hallar compañeros de viaje comprometidos en un entorno de limitaciones económicas y urgencias sociales.

Horas antes, ELA hacía del conflicto su herramienta de transformación. Sin la necesidad de un programa realizable porque la ciudadanía no va a juzgarlo en las urnas. Tuvo lecciones para todos y propuestas para ninguno más allá de la sostenibilidad propia por medio de la afiliación, que son cuotas. Mientras, Sortu aún dedica demasiado esfuerzo a la construcción de un imaginario justificador de su pasado. Acuña un discurso social bienintencionado pero aún anclado en la retórica revolucionaria de sesenta años atrás, que deriva en la pataleta cuando la realidad dificulta una hoja de ruta que aún carece de la solvencia que diferencia la viabilidad de la mera voluntad.

Con todo, el terreno de juego es rico y debería propiciar encuentros. Si impera el realismo.