eNTRE hoy y mañana, Felipe de Borbón recibe a los representantes de los partidos políticos para preguntarles lo que ya sabe: quién está por la labor de que haya gobierno y quién no. Dos días de ronda por delante y nada hace suponer que no salgamos de ella con sed. Y con hastío. La primera se viene fraguando todo el verano. Hay sed de urnas en quienes debieron saciar la de la ciudadanía cumpliendo su mandato. Su incapacidad tiene apellidos: Sánchez e Iglesias. Pero como no tienen pinta de estar por la labor de asumir esa responsabilidad marchándose a sus respectivas casas, llevamos camino de tener que salir de las nuestras el 10 de noviembre para volver a decir, como ya ocurrió en abril, lo que la calle no quiere. Porque la nueva cita electoral, si no media una cena a base de sapo en casa de los Sánchez o de los Iglesias, es la del hastío. Y el hastío es peligroso porque desmoviliza. El espectáculo pasado no da de sí para ilusionar a los votantes de nadie, así que queda poco más que la movilización por rechazo. Pura autodefensa de quienes ya en abril rechazaron a una derecha tramontana o, en el caso de Euskadi, supieron que se jugaba una partida en la que tener voz y agenda vascas no garantiza satisfacción pero carecer de ella conduce a la inexistencia, que es lo que prescribe para la especificidad vasca el modelo nacional derechista español. Felipe inicia hoy una ronda del desánimo que nadie cree que le va a tocar pagar. Pero en las urnas solo vale el cash; votos contantes y sonantes. Y Sánchez lleva meses viviendo a base del crédito que le niega a Iglesias. Los intereses de ese retraso los paga el bolsillo de la ciudadanía.