LES recomiendo el último libro de Maria Ressa. Es una periodista filipino-estadounidense que se convirtió en símbolo de la lucha por la democracia y la libertad de expresión en Filipinas y que recibió el Premio Nobel de la Paz en 2021 por extender con una visión global todo lo que en su tierra aprendió.

A pesar de lo que sugiere su título –Cómo luchar contra un dictador–, el libro no trata solo de su lucha por la libertad frente al régimen filipino. Afronta retos que son universales y que, amigo lector, nos afectan a nosotros no menos que a Ressa o a cualquier otro periodista sea filipino, nicaragüense o ruso. Se trata del poder de las redes sociales y de las industrias tecnológicas sobre las noticias que consumimos, sobre lo que pensamos y cómo todo ello conduce en ocasiones, a través de la agitación de las emociones, al odio, a la radicalización política, al maniqueísmo y a la exaltación de nuestros prejuicios.

Ressa cuenta que en sus inicios como periodista “yo era la más sincera creyente en el poder de las redes sociales para hacer el bien en el mundo”. Pero todo lo vivido y aprendido desde entonces le ha llevado al extremo de denunciar en su discurso de aceptación del Premio Nobel que “una bomba atómica invisible ha explotado en nuestro ecosistema de información” y que las plataformas tecnológicas proporcionan al poder la manera de manipular a la gente gracias a que “las mentiras mezcladas con ira y odio se extienden más rápido y más lejos que los hechos”.

Ressa relata su experiencia con Facebook, pero lo que dice es extensible a otras plataformas y servicios. Estas empresas, cuando lo necesitan, no dudan en penalizar la información rigurosa y fomentar el tráfico de mentiras más morbosas y de difusión más tentadoras. Así las redes pueden contribuir a cambiar la historia y el futuro. Ressa explica cómo esas técnicas ensayadas en Filipinas se aplicaron también en el referéndum del Brexit, en la elección de Trump y de Bolsonaro, o en las campañas de desinformación y mentiras rusas en 2014 y en 2022 que tantos entre nosotros han tragado de la manera más acrítica mientras se veían a sí mismos en el espejo como avisados críticos del sistema.

Pero no se trata sólo de estas plataformas. Las cadenas populistas que cultivan los más bajos instintos para ganar dinero no son mejores. Esta semana hemos sabido que FOX pagará 787 millones de dólares para evitar el juicio en que se iba a dilucidar su responsabilidad por difundir, sabiendo que eran mentiras, los bulos de Trump sobre las elecciones que perdió.

Ressa no se limita a denunciar el funcionamiento de esas empresas que ganan más dinero cuanto más consiguen enfrentarnos “sacando a relucir nuestros miedos, ira, odio y preparando el escenario para el surgimiento de dictadores en todo el mundo”. Ressa centra su mensaje en la responsabilidad que todos nosotros tenemos como parte de esas redes y como consumidores de información. No somos solo víctimas. Somos actores responsables que operan en ese ecosistema “que gana más dinero al difundir ese odio y desencadenar lo peor en nosotros”.

Ressa pregunta directamente: “¿qué estás dispuesto a sacrificar por la verdad? La democracia es frágil y debemos luchar por no perder ni un pedazo, ni una institución, ni un relato”. Si digo que proteger la libertad de prensa es fundamental, ustedes quizá puedan pensar que se trata de una tarea ajena y lejana, que tiene que ver con periodistas que se juegan la vida en países complicados. Pero también tiene que ver con la forma en que cada uno de nosotros consume y, en su caso, difunde información. Estar informado requiere entrenar el criterio y el discernimiento.

Que haya buenos periodistas y buenos medios trabajando con decencia y libertad no es producto de la casualidad. Depende también de nuestras prioridades de gasto. No vaya a resultar que lo que nos ahorramos no comprando un periódico lo terminemos pagando al regalar a precio de saldo nuestro cerebro a ideas que operan como el peor de los okupas.