yA no tiene remedio lo del derbi, un partido que por sus connotaciones gusta ganar más que otros. Aunque a la vista de las reacciones, en esta oportunidad el verbo gustar podría conjugarse en pasado pues, en general, se ha percibido que la derrota ante la Real no ha sentado tan mal como cabría imaginar. Resulta obvio que la asunción de que a estas alturas la prioridad absoluta se llama Copa ha calado en un entorno que lleva días rastreando habitaciones en Sevilla, capital y provincia.
Una de las paradojas que suscita la manera en que se ha transigido con lo sucedido en Anoeta, radica en el malestar que ha generado la actitud de Portu, autor de un gol y asistente del otro, cuyos orígenes absolutamente ajenos al fútbol vasco chocarían con el ardor que exhibió en el encuentro. Enseguida se han rememorado episodios similares protagonizados por Kovacevic, Nihat y otros futbolistas captados por la Real a golpe de talonario. A quienes se han sentido molestos, decirles que no conocen al delantero murciano, un tipo caliente, muy amigo de la bronca con rivales y árbitros, que no hace excepciones y se muestra tal cual es esté delante el Athletic, el Betis o el Levante. Y por añadir una observación al asunto, a uno no le hubiera importado que entre los rojiblancos hubiese aflorado algo de ese espíritu agresivo que se le reprocha a Portu. La reflexión va matizada, dado que no se mete en el mismo saco a todos los alineados el domingo por Garitano.
En un plano más global, paradójica es asimismo la facilidad con que se puede llegar a relativizar la importancia que por sentido común se debe otorgar al campeonato liguero. Cuando un equipo arrastra una racha de siete jornadas sin catar la victoria, enlazar una octava donde ni siquiera se araña un punto, objetivamente constituye un motivo serio de preocupación. No es el caso y ¿por qué? Muy fácil: porque ahora estamos a la Copa.
Los responsables, básicamente el cuerpo técnico, han optado por jugársela a esta carta. La alineación escogida para el derbi es la prueba irrefutable de que prevalece un criterio maximalista. Saltar al campo con ocho suplentes es hacerle un favor a la Real, que optó por un equipo bastante más equilibrado, con presencia de seis titulares y completado con personal que viene compitiendo con asiduidad.
Con un botín de cinco puntos en dos meses largos o registros parecidos, a más de un técnico le han puesto las maletas en la puerta. No es preciso irse muy lejos ni muy atrás en el tiempo para comprobarlo, aunque ello no quita para que se entienda que Garitano no se ha hecho acreedor a pasar por un trance de ese estilo. Le avala una trayectoria de año y pico, marcada por una poderosa reacción que alejó fantasmas y una plácida continuidad en la vigente campaña gracias a su capacidad para construir un bloque fiable. Quizás, mientras se hacían cuentas pensando en posicionarse para el asalto de una plaza de Europa League vía liga, lo que no entraba en los cálculos era la sacudida que ha producido la final copera, ese veneno contra el que aún no se ha descubierto antídoto en Bilbao y sus alrededores.
Por todo lo expuesto, se consiente que la imagen del equipo se resienta en el estadio de Anoeta, apenas se cuestiona lo que allí pasó, cuya gravedad atenuó el ajustado resultado final. Manda el contexto, se ha impuesto la corriente de opinión que deposita la totalidad del capital deportivo en la casilla que pone Copa y la ruleta empieza a girar mañana mismo en San Mamés.
El Athletic sacará el mismo once que eliminó al Barcelona con la esperanza de obtener una renta suficiente para la vuelta en Granada. ¿Qué es suficiente? Muy difícil responder. Si se exceptúan ventajas de dos o más goles, pese a que el contrario marque, no cabe poner la mano en el fuego. Pero es lo que hay: la Copa y la Copa. Y a lo hecho durante este par de meses, pecho.