Bajar el diapasón
EL tono se ha desorbitado quizá antes de lo previsto. Pero previsto estaba. El otoño caliente que se esperaba en Catalunya pasaba por las reacciones a la sentencia del Tribunal Supremo en el juicio a los líderes del procès. No ha hecho falta llegar a la lamentada, lamentable y previsible sentencia condenatoria para que el tono del debate se saliera de madre. La espiral de la escenografía prevista se aceleró con la detención y encarcelamiento de varios miembros de los Comités de Defensa de la República (CDR) acusados de terrorismo. Una acusación muy gruesa que requeriría más que las fuentes policiales al uso para poder valorar su calidad. Difícil encontrar un colectivo humano que no acoja a algún descerebrado dispuesto a resolver por la fuerza las divergencias. Es un riesgo cierto. Pero también cuesta tragar sin respirar la píldora de criminalización del independentismo catalán en su conjunto que algunos pretenden dispensar. No ayuda que las reiteradas apelaciones a la acción política pacífica y la condena de la violencia queden enterradas bajo un alud de gritos tabernarios en un parlamento. Ni que se ceda la vanguardia de la denuncia política a los tonos y mensajes de la moción de la CUP, que nunca fue un aliado fiel para la gobernabilidad de Catalunya aunque se le ha dado todo para que sume estabilidad. Tienen claro que su naturaleza antisistema está antes que su patriotismo catalanista, que no es sino instrumental. En ese entorno urge bajar el diapasón, los tonos del debate porque a voces no se escucha nada. También ayudaría que al otro lado alguien esté dispuesto a poner la oreja. No antes del 10-N. Y, sinceramente, no da para ser demasiado optimista sobre lo que haya después.