POR sí solos, los resultados de una jornada no son determinantes tal y como están las cosas en la zona de la tabla en que se mueve el Athletic. Las distancias, hacia arriba y hacia abajo, siguen siendo cortas y aún hay 21 puntos en juego. El final del campeonato se mantiene abierto pese al tropiezo en Getafe, así se deduce del repaso de la puntuación: el Alavés queda a dos puntos y el Valencia, a tres. Son datos alentadores que sin embargo chocan con la sensación que deja la última actuación del equipo de Garitano.

Tres partidos ganados de modo consecutivo inflaron el globo de la ilusión, tanto que a la razonable mención de Europa como meta se le añadió el término Champions. Cierto es que de haber enlazado una cuarta victoria, encima a costa de un rival directo, ahora el panorama sería muy sugerente. El Athletic figuraría como séptimo porque habría adelantado al Alavés, igualaría al Valencia, el Getafe le aventajaría en un punto y el Sevilla, con tres más, estaría a tiro.

Hemos asistido a la enésima reedición del cuento de la lechera, con su aleccionador final incluido. Mejor dicho, hemos tomado parte con un papel activo en esa fábula infantil que con frecuencia se ajusta como un guante a las vicisitudes de la competición. Nada hay de reprochable en ello, soñar es parte del fútbol y cuando hay motivos, como era el caso, con mayor razón. Tampoco ahora se debería renunciar a picar alto por el hecho de perder, aunque fuese en un horario infame.

Es la tercera derrota con Garitano y habrá una cuarta y probablemente una quinta de aquí a mayo, lo cual entraría dentro de lo aceptable en una trayectoria presidida por los marcadores favorables. Es el gran mérito del Athletic, que se ha acostumbrado a no perder y con ello ha encendido las expectativas del entorno. Esa dinámica de ir sacando resultados positivos con una altísima frecuencia ha posibilitado que las conversaciones y los análisis versen sobre cotas impensables un mes atrás.

Nadie se acuerda ya de las apreturas, los temores se han transformado en un reto estimulante. El Athletic está legitimado para codearse con enemigos de entidad, aquellos que copan las posiciones de privilegio, y se trata de comprobar si está capacitado para aguantarles la mirada como previamente hizo con Girona, Levante, Espanyol, Real Sociedad, Betis, Eibar o Leganés, a los que adelantó gracias a la regularidad demostrada desde diciembre.

Algunos de los citados se plantean idéntico objetivo, una plaza continental, pero dicho premio implica necesariamente sumar más puntos que quienes copan esas posiciones. El Getafe posee un colchón de seguridad respecto al Athletic, reforzado con el golaverage particular; parecido es el margen del Sevilla, al que visitará en la última jornada. El Valencia puede acusar su presencia en Europa League, pero quizá sea el conjunto más potente de este grupito, justo lo contrario que un Alavés al que el año empieza a resultarle largo.

Europa no es una quimera con la clasificación en la mano, siempre y cuando el Athletic persevere en el ritmo. Para ello se antoja indispensable no decaer en el plano anímico, seguir apretando los dientes. No obstante, no es lo mismo pelear por huir de la quema que pelear por colarse entre los mejores, sobre todo porque como se ha señalado en esta segunda carrera los competidores acreditan un nivel superior.

Lo que ocurrió el domingo viene al pelo para ilustrar el grado de dificultad que entraña el tramo de calendario pendiente. Era una ocasión ideal para consolidar sus opciones y el Athletic acudió aferrado a su manual. Lo curioso es que sabía qué le aguardaba en el Coliseum, así lo reconocieron técnico y futbolistas, y ni contando con tan valiosa información estuvo en disposición de ganar. Se ha llegado a cuestionar su grado de ambición, pero el origen de la derrota estaría conectado a la calidad de la propuesta.

El desarrollo del juego evidenció algo que no es nuevo. Se trata de un déficit que, aunque no le haya impedido salir airoso de muchos duelos, le convierte en un equipo de piñón fijo. Su repertorio es demasiado limitado, hace pocas migas con el balón y eso a la larga pasa factura, máxime cuando Europa asoma en el horizonte.