DESDE pequeños, muchos, no sé si por algo natural o porque alguien la pone en nuestro camino, jugamos con una pelota. Con el pie, con las manos o con la cabeza, le pegamos bien para lograr un objetivo o simplemente por el gusto de ver cómo se desplaza. El caso es que hay muchos deportes que tienen el balón como protagonista. El que nos ocupa es el fútbol. Once contra once, un árbitro con asistentes y la pelota. Solo una para todos y todos para una. En principio se suele querer, el problema es que hay que saber qué hacer con ella. Es verdad que lo más fácil es quitársela al rival, destruir. Lo complejo es cuando se tiene. En el Athletic hemos pasado de ser los dueños del balón, de ser egoístas y quererlo todo el rato para nosotros, a pasar de él y regalárselo al rival. El cambio, obvio, no ha funcionado. La involución es evidente y cada día que pasa, cada partido, el ejercicio de impotencia se acentúa un poco más. El equipo sufre mucho cuando debe manejar el juego porque no sabe qué hacer. Las combinaciones son inexistentes y, además, cuando las hay, no encuentran la portería rival, que es el objetivo principal de este juego. Fútbol plano, aburrido y sin ritmo, que los de enfrente agradecen. Cada partido saca lo mejor de los rivales y muestra las carencias propias. Todos parecen brillantes y aptos. Cualquier jugador disfruta contra el Athletic y los puntos vuelan con una facilidad que no recuerdan ni los mas viejos del lugar.
Berizzo y su cuerpo técnico no dan con la tecla y los jugadores tampoco ayudan mucho. Da igual el sistema e incluso la elección de futbolistas, porque los rendimientos son muy parejos de unos a otros. En estos tiempos, además, todo el mundo tira del siempre recurrente coste-rendimiento y aquí el personal sale mal parado. El miedo al abismo asoma, pero, precisamente, en estas situaciones es cuando todos los rojiblancos se unen. Ahora bien, que animen a unirse los protagonizan este deporte.
@monjeondavasca