TENÍAN que ser ellas, las chicas, quienes anoche cortaran la racha triunfal de los txuri-urdin, que empezó aquel infausto viernes en San Mamés, continuó el viernes siguiente, con el desafío entre ilustres veteranos de ambos equipos en Basauri a beneficio de la Asociación Janabide, y se prolongó el sábado, entre cachorros y potrillos en Zubieta. La inspirada Lucía, con dos goles casi seguidos, firmó la remontada y acabó con la mala racha de su equipo y del Athletic en general, pues una cosa es el vacile puntual y otra dos largas semanas con la guasa.

Lo cierto es que el derbi como concepto y todo lo que implica se mantuvo muy vivo durante este largo parón de LaLiga Santander provocado por la ventana FIFA, con lo cual no hubo otra que seguir rumiando sin remisión aquella contundente derrota. Cada jugador que pasaba ante la prensa agachaba un poco la cabeza en señal como de vergüenza, natural, y tras el consiguiente acto de contrición prometía propósito de enmienda, y a lo mejor alguno hasta rezó dos padrenuestros y cuatro avemarías. Ahora bien. Cuando le tocó el turno a Yuri Berchiche, y con varios días de reflexión, seguía en modo volcán. De su boca salieron rayos y centellas pues el chaval, en su condición de exrealista, entonó el mea culpa y además se fustigó con fruición: “fue una de las peores derrotas de mi vida porque me sentí bastante responsabilizado por esa acción”, que desencadenó el segundo gol del equipo guipuzcoano. “Me decepcioné conmigo mismo, estaba jodido”, resaltó después el muchacho, con lo cual a uno le entran ganas de pasarle la mano por la espalda y decirle: no pasa nada hombre, pero si esto solo es un juego...

Hubo otro exrealista que a lo peor ni se presenta a la cita de haberlo sabido, más que nada porque cometió el primer penalti con aquella fenomenal espatadantza sobre los morros de Sangalli que atestiguó que al menos de físico sí que estaba inconmensurable. Desde luego Iñigo Martínez habría optado por no disputar el derbi, aunque solo fuera por prudencia, aunque en su descargo hay que reconocerle las ganas enormes que tenía de ganar a sus excompañeros. El malentendido consiguiente con la selección española se convirtió en la comidilla de la semana, más que nada porque cuando la competición liguera enmudece la canalla necesita algo magro a lo que hincarle el diente, e Iñigo Martínez tenía pinta de solomillo. De ser un actor secundario (no es que sea precisamente titular indiscutible con la Roja) tomó un rol estelar para pasmo general. Se ha borrado de la selección española, pero no de la vasca, clamó con insidia la canalla. A todo esto Luis Enrique terció en la materia advirtiendo que “él (Iñigo) y su club decidieron arriesgar” disputando íntegro el derbi, ya que según sus informes el defensa tenía molestias musculares que invitaban a la cautela. “Y no tenemos más que decir”, añadió el seleccionador español poniéndole un punto enigmático al diagnóstico que enseguida fue interpretado con un este chico ya no juega más con España.

Iñigo no tuvo otra que intervenir de inmediato para desfacer el entuerto, y además de culpar a un malentendido entre médicos el absurdo debate, tubo que escenificar una especie de auto de fe como en aquellos tiempos de cruz y espada, proclamando su condición de cristiano viejo. “Que nadie tenga duda de que, desde siempre, mi compromiso es total con la @Sefútbol y que trabajaré a tope para poder estar en próximas convocatorias”, escribió en su cuenta de Twitter. Solo le faltó darse un garbeo por la Castellana en hora de exaltación guerrera para ponerle aún más énfasis, pero ese 12 de octubre tenía una cita con la Tricolor en Mendizorrotza.

Al menos el virus FIFA facilitó una fecha posibilista para retomar los partidos de la selección de Euskadi y el personal respondió en buena medida a la llamada, sobre todo recordando dónde lo habíamos dejado, con la desafección mostrada hace dos años en San Mamés con Túnez de contrincante en el tradicional partido de Navidad.

¿Ha sido una excepción? A ver si ahora que no está Ángel Villar, que jugó aquel mítico partido frente a Irlanda de 1979 en La Catedral, y con un canario de presidente resulta que la Federación Española de Fútbol se muestra comprensiva e incluso tolerante, por lo menos hasta el punto de autorizar encuentros amistosos sin que nadie se rasgue las vestiduras.

A la espera de acontecimientos, que no se apague la llama. Al menos.