AYER se conmemoró con la solemnidad requerida los cien años de la proclamación de Nuestra Señora de Arantzazu como patrona de Gipuzkoa y estalló la fiesta. Repicaron las campanas en el sobresaliente santuario de Oñati, hubo devotas plegarias, mucha fe y la Amatxo desplegó generosa todo su encanto sobre la Bandera de La Concha, la gran regata de traineras. Así que no hay que darle muchas más vueltas para encontrar razones que expliquen el grandioso triunfo de Hondarribia y San Juan, o dicho de otro modo, en un día así, tan ceremonioso, tan cargado de emociones, hasta encaja que la celebración se quede en casa.

Si seguimos por este sinuoso sendero incluso se podría añadir que la Amatxo impartió una especie de justicia divina, castigando a las embarcaciones vizcainas de Zierbena y Urdaibai por la gresca que montaron en la primera jornada, aunque, bien mirado, las trifulcas tampoco son ajenas a La Concha, sino todo lo contrario.

Los de tierra adentro, sin tradición marinera, miramos con asombro la pasión de los seguidores, que son el pueblo entero, y más nos conviene no entrar en honduras. En consecuencia me quedo con la magnífica regata vivida y la extraordinaria actuación de Zierbana, que si se ha quedado a un palmo de agarrar su primera Bandera fue debido al asunto tan principal, o sea, el día de la Amatxo del espino, patrona de Gipuzkoa. A modo de consuelo, y lo hay, los galipos se pueden ufanar de haber protagonizado uno de los duelos más vibrantes que han acontecido en el amplio historial de esta legendaria competición, y así quedará escrito para siempre en los anales.

Tampoco se quedan atrás los de Urdaibai que, después de masticar el disgusto y escupir sapos y culebras, regresaron a Donostia a sacar pecho, y vaya si lo sacaron, hasta el punto de convertirse en los vencedores morales de la regata, lo que les da derecho a presumir de siete Banderas de la Concha, cinco oficiales y otras dos virtuales, la de ayer y la del 2013 que, casualidades de la vida, también se la quitaron por una circunstancia parecida, entonces con Hondarribia como agraviado.

Así que, superado el enojo y en plenas fiestas de Andra Mari y Santa Eufemia, lo que toca es celebrar la estupenda temporada arraunlari realizada por la Bou Bizkaia, pese al sofocón de La Concha.

Y algo parecido se puede decir con respecto a Hondarribia, que también están en pleno jolgorio en honor a la Ama Guadalupekoa, la patrona y la trainera. No se puede pedir más.

¿O sí?

Me imagino a las bravas remeras de San Juan, campeonas por quinta vez consecutiva en la bahía donostiarra, metiéndose en donde no les llaman, es decir, participando en el Alarde hondarribitarra, mayormente desfilando con la compañía mixta Jaizkibel, bien como cantineras, o mejor fusil al hombro en porte marcial, como los machos, aunque les reciban con plásticos negros por la calle Mayor, y les piten, para reivindicar su condición de iguales, o desiguales, y además festejar lo suyo, y lo suyo es que el Ayuntamiento de Donostia por fin había decidido otorgarles la misma recompensa económica que a los bizarros muchachos de la Ama Guadalupekoa, pues también se lo curran y dan espectáculo.

Es el sino de los tiempos, y ya era hora, salvo en el Alarde. ¡Ah!, es cierto, hay que respetar la tradición. En Manganeses de la Polvorosa, provincia de Zamora, decidieron por bando en 2002 mandar al cuerno la tradición. Claro que no es lo mismo tirar una cabra desde el campanario, qué animalada, que embutir a la mujer en el papel de candorosa cantinera con la estratégica misión de servir bebidas a la sufrida tropa decimonónica en batalla con el francés.

Es el acervo, a veces refractario a la evolución, pero se debe destacar que por encima de ritos y costumbres más o menos arraigadas está la libertad y la tolerancia.

La Concha, sobre todo, ha brillado esplendorosa, sin fútbol que estorbe, rodeada de ricas celebraciones y alguna que otra frustración, como siempre ocurre en un deporte tan secular, que arrastra gentío y mucha pasión.