YA se sabía de la pericia de este técnico catalán, un modesto futbolista que se buscó la vida en el balompié inglés a contracorriente, cuando allá aún se imponía la ortodoxia y la fidelidad a los orígenes, básicamente el juego directo y la estrategia, como la que llevó al bigardo Harry Maguire a fulminar a Suecia con aquel impresionante cabezazo que congració a los pross con sus esencias. Luego Roberto Martínez se metió a técnico y fue subiendo peldaños proponiendo el buen trato con el balón y la pericia táctica en consonancia con los aires que entonces comenzaban a impregnar a la Premier League de modernidad. Y en esas estaba cuando los directivos de la Federación belga le confiaron su extraordinaria camada. Ahí está el resultado: los Diablos Rojos han conmocionado el Mundial de Rusia desplegando clase, contundencia y belleza, y dibujando con Brasil un partido realmente extraordinario. Un monumento al fútbol. El plan que diseñó Roberto Bob Martínez incluía un mayor rigor defensivo tras los apuros sufridos ante Japón y órdenes específicas a sus tres luminarias, Eden Hazard, Kevin De Bruyne y Romelu Lukaku, colocados en posición de aprovechar los espacios que generaban Marcelo y Fagner cuando subían confiados por las bandas. De esta forma pudo gestarse la portentosa cabalgada del delantero del United y el certero golpe del centrocampista del City, la jugada que definió el partido y expulsó del torneo a la canarinha, la gran favorita.

A partir de entonces, Roberto Martínez comenzó a darle vueltas a la cabeza imaginando cómo parar al rapidísimo Kilyan Mbappé o desactivar al astuto Griezmann cuando mañana se crucen con Francia en el estadio Krestovski de San Petersburgo por un puesto en la gran final.

Preguntado al respecto, y el respecto es si se ve como próximo seleccionador de España, Martínez optó por responder con mucho tacto y mayor ambigüedad a tan espinoso asunto.

Preguntado también al respecto, el farruco presidente de la Federación Española de Fútbol dijo que no dice nada, porque nada puede decir de momento, y sin embargo todos los medios de comunicación han propalado con fruición que su favorito es precisamente él, Martínez Montoliu, catalán de Balaguer, y me parece que aquí hay mucha guasa y cachondeo contra el personaje, pues hay que oír a Luis Rubiales cuando se pone solemne, y habla de ética y principios a modo de argumentario falaz para cargarse de un plumazo a Julen Lopetegui en vísperas del Mundial, provocando el colapso futbolístico de su selección. Y si encima pone en su lugar a Fernando Hierro, criatura, con un currículum de tan solo unos meses en el Oviedo, nos sale un magnífico estrambote.

Pero, a lo que iba. La prensa, que es muy canalla, quiere ver si Rubiales es capaz de hacer un Lopetegui. Es decir, maniobrar arteramente hasta sacar a Martínez de Bélgica, lo mismo que hizo el Real Madrid con el técnico guipuzcoano. Saber si este hombre es coherente, y por lo tanto considera imposible el fichaje, o a lo mejor se maneja con doble moral en función del interés supremo, ¿y hay un bien más supremo para un presidente de la RFEF que la regeneración de la selección española?

Martínez, que tiene contrato con Bélgica hasta la Eurocopa de 2020 y lo piensa cumplir, de repente se ha convertido en el referente y a la vez en un imposible para Rubiales, prisionero de un banal código deontológico. Los mentideros señalan a Luis Enrique, Quique Sánchez Flores y Míchel como futuribles. Tres entrenadores, eso sí, como Dios manda, en situación de riguroso paro e inscritos en el INEM.

El Mundial entra en su fase decisiva y se intuye un apasionante Francia-Bélgica y un desconcertante Inglaterra-Croacia. Estaría bien una final inédita, con belgas y croatas rompiendo el orden establecido. Si tengo que quedarme con una estampa de Rusia 2018 la tengo con Japón y su forma estoica de asumir la cruel eliminación después de sorprender a Bélgica y caer por pardillos, cazados en una contra en el último segundo. Es un reflejo cultural, pero qué forma tan sublime de interiorizar la derrota. Sin estridencias, con educación, y dejándolo todo, grada y vestuario, más limpio que la patena.