escribo estas líneas bajo la sacudida emocional experimentada ante la impresionante demostración de fuerza femenina del pasado jueves. Conmoción, sí, porque ni los (hombres) más optimistas esperábamos un poder femenino de tal magnitud. Pero también desasosiego e inquietud porque siendo responsables por acción u omisión de generar esas revoluciones pacíficas (femenina o de jubiladas y jubilados), somos incapaces de reconocer nuestros errores, aunque de inmediato queremos colocarnos al frente de esas mareas humanas. Los hombres somos así.

Nos asustan estas revoluciones pero no queremos perder nuestro privilegiado status quo en una sociedad patriarcal y machista. Porque los derechos se convierten en privilegios cuando solo los tienen una parte de la ciudadanía en detrimento, por ejemplo, de mujeres, jubilados y jubiladas, como es el caso. Unas y otros exigen lo que es justo y legal. Unas y otros han sido estafados por quienes dicen cumplir y hacer cumplir la ley, como lo atestigua la Constitución: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razo?n de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condicio?n o circunstancia personal o social” (Artículo 14) o que “Los poderes públicos garantizarán, mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica a los ciudadanos durante la tercera edad” (Artículo 50).

¿Contra quién protestan las mujeres? ¿Contra quién protestan las jubiladas y jubilados? No es contra esas leyes, sino contra quienes las gestionan y no las cumplen. La ciudadanía femenina exige “igualdad”. La ciudadanía de la tercera edad exige “suficiencia económica”. Ambas exigencias no son excluyentes. Solo quieren hacer visible la injusticia. La jornada feminista del 8 de marzo, así como la que se vivirá el próximo sábado con la manifestación de pensionistas, ponen de manifiesto una doble y gran estafa. Doble porque, por un lado no se cumple la ley y, por otro, quienes la incumplen buscan (o buscamos) cualquier subterfugio para ocupar la cabecera de la manifestación pero sin renunciar a nuestro status quo y sin reconocer que alimentamos una sociedad patriarcal opresora de quienes consideramos débiles (mujeres y mayores).

HISTORIA SIMBÓLICA Como dato simbólico, hay que recordar a Marija Gimbutas (Mujer tenía que ser), quien en 1974 publicó un interesante y cuidadoso estudio (Diosas y dioses de la Vieja Europa) en el que demostraba que hace 9.000 años existió en la cuenca del Danubio una sociedad matrifocal, matrilineal, igualitaria, pacífica y agrícola, pero que no era matriarcal, que fue destruida y sustituida por otra de carácter bélico, sexista y esclavista (pueblos indoeuropeos) y consagrada posteriormente como paradigma de la civilización occidental mediante el concepto de ciudadanía romana impuesto por el Imperio Romano como status superior al resto de pueblos y culturas.

Pero el trabajo de esta mujer, lituana de nacimiento y nacionalizada estadounidense, apenas ha trascendido en estos últimos 40 años porque, pese a que Gimbutas fue profesora de Arqueología en la Universidad de Los Ángeles, su trabajo fue recibido con cierto recelo en el mundo académico, quizás porque lo poco oficial de su planteamiento y su ánimo desacomplejado atentaban a la propia esencia patriarcal de ese mundo académico. Y la sociedad patriarcal ha tenido y tiene gran incidencia en el devenir social y económico.

En este contexto, los hombres no reconocemos el pánico que sentimos ante la posibilidad de que triunfen los postulados de mujeres y pensionistas, pero nuestros temores son fundados: nos pueden arrebatar el poder. Ni tan siquiera contemplamos la autocrítica e, hipócritamente, decimos sentirnos dolidos u ofendidos por ser excluidos como hombres en las reivindicaciones de las mujeres o como partidos y sindicatos en las de los pensionistas.

Pues bien, a quienes se sienten así les diría que tenemos 364 días al año para respetar a la mujer y defender su igualdad con nosotros; para dejar de ayudar en las tareas domésticas y participar equitativamente en ellas; para ser padres responsables de nuestros hijos y no el amigo que les lleva a jugar al fútbol; para reivindicar junto a las mujeres sus derechos; para denunciar el trato sexista e injusto; para desmitificar la argucia contable que separa las cuentas de la Seguridad Social de las del Estado; para poner el foco en los ingresos y no en los gastos; para exigir salarios justos y pensiones dignas para todos.

Con tantas cosas por hacer en 364 días, ¿quién se siente excluido un día?