el asesinato de Ali Abdulá Saleh en el Yemen la semana pasada evidencia nueva y tristemente el intrincadísimo juego de intereses que agobia el mundo árabe desde siglos.

La historia del asesinato es simple: Saleh fue eliminado porque molestaba a todo el mundo. Los guerrilleros houthi le abatieron poco después de que Salih anunciara que abandonaba el bando iraní-tribal para ofrecerse de aliado a los Saud.

Saleh, expresidente yemení, se había mantenido en el poder durante decenios intrigando entre Riad -que le patrocinó en un inicio-, Teherán y Abu Dubái y azuzando en su propio país las rivalidades entre las tribus, auténtico poder cívico y económico del Yemen. Los maquiavelismos de Salih le sirvieron para acrecentar su poder hasta el extremo de intentar tratar de tú a tú al clan de los Saud.

Pero su poder no daba para tanto y en Riad la intolerancia con el expansionismo iraní en el mundo musulmán había desembocado en las “guerras delegadas” : Palestina, Líbano, Siria y el Yemen. Las ambiciones y megalomanías de Salih fueron castigadas por Arabia Saudí con un derrocamiento dorado, lo que el expresidente aprovechó para - apoyado en la fortuna acumulada y unas milicias pretorianas creadas durante su presidencia- para intervenir en la guerra civil, ahora como aliado de sus antiguos enemigos: la tribu de los houthi, apoyados por el Irán.

Tal como está planteada, la guerra civil del Yemen no la puede ganar nadie. El ejército saudí no ha dado la talla hasta ahora; las ayudas iraníes son demasiado lejanas e indirectas para ser decisivas; y, para colmo, cada uno de los protagonistas de la guerra busca otra cosa. Así, Irán quiere socavar la preeminencia saudí en el mundo musulmán; Arabia Saudí pretende alardear de una hegemonía absoluta en la Península Arábiga y reducir la influencia iraní en el ámbito islámico; los Emiratos Árabes, principal aliado de Riad en el Yemen, solo quieren sacar de esa guerra un control total sobre el puerto de Adén y su tráfico; las tribus yemenitas están empeñadas en impedir que ninguna de ellas se erija en dominador de todo el país; y Saleh? Saleh, lo quería todo.

No hace falta decir que el marco de este galimatías de odios, alianzas, traiciones y complicadísimas maniobras político-económicas es la crasa miseria que reina en el Yemen -la nación más pobre del mundo árabe- y su anticuadísima estructura social, en la que las normas que rigen la vida son las tribales de la Edad Media y la democracia no es más que un neologismo?