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Lo que dice la balanza

CÓMO construir una ciudad? O para ser más exactos en la pregunta, ¿cómo reconstruirla, cuando se enredó entre las zarzas de una crisis casi universal que modificó el modelo sobre el que giraba...? Esa y otras muchas más eran las preguntas que subyacían en el pleno del Estado de la Villa en el que ayer se juzgaron los dos años de mandato del alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, un hombre encargado de acarrear con la herencia de Iñaki Azkuna y de su sucesor y testaferro, Ibon Areso. El reto no era una misión de fácil gestión, máxime cuando se juzga que Iñaki e Ibon dejaron una huella inolvidable, para bien o para mal, entre la ciudadanía.

Medido hasta el último centímetro, calculados sus éxitos y sus fracasos (de todo habrá en un gobierno de dos años ya...) con una rigurosa vara de medir, Aburto y su equipo de gobierno salieron airosos -algún que otro contratiempo reseñado hubo, lo contrario hubiese sido un milagro...- de los tribunales de la oposición. Con todo, la idea con más peso de su discurso huyó de la complacencia y miró para otro lado, hacia la tierra de los descontentos. “No os conforméis con que el 89% de los bilbainos estén contentos”, dijo Aburto. “Ese 11% es una gran oportunidad”.

Es bien sabido que en materia de gobierno todo cambio es sospechoso, aunque sea para mejorar. Esa es la sensación que dejó la oposición y está bien que así sea. No en vano, las exigencias son uno de los motores que mueven hacia el progreso. Todo sucede en nombre del avance, aunque cada cual tenga un destino diferente. ¿Es esa la meta de los hombres de gobierno? ¿Alcanzar sus propósitos por encima de cualquier meta? Creo que no. No en vano, el viejo Aristóteles lo vio con claridad siglos atrás cuando nos dijo que no hace falta un gobierno perfecto sino que se necesita uno que sea práctico.

Porque en los platillos de la balanza todo pesa y hay que escuchar lo que dice. Lo mismo el avance en las infraestructuras que la cámara lenta para salir de las redes del paro; igual la deuda cero que el superávit de ruidos; el diseño y desarrollo de un PGOU de lo más democrático posible por cuantas voces se escucharon que ciertas incertidumbres en según qué barrios.

Todos tienen razón en los elogios y las quejas, quizás porque una ciudad como Bilbao es una suerte de Sagrada Familia, un monumento que no cesa de construirse. De tanta palabra y opinión, de tanto dime y direte como se vivió ayer en el pleno, suena aconsejable poner el acento en una cuestión: la necesidad de buscar un punto de consenso, un pacto por la seguridad. Es un buen propósito de los estadistas. No en vano, cono dijo Indira Ghandi: Cuidaos de los ministros que no pueden hacer nada sin dinero y de aquellos que quieren hacerlo todo solo con dinero.