EL argumento principal de la izquierda para reprochar el acuerdo presupuestario entre el eje PNV-PSE y el PP (que con su abstención permitirá sacar adelante las Cuentas) no estriba en las partidas que se han negociado y que suman 29 millones de un total de más de 11.000 y no todas ejecutables en este ejercicio. En realidad, lo que no gusta es que se haya pactado según el argumento repetido “con el partido que menos apoyos suscita en la sociedad vasca”. Lo dicen las encuestas recientes y lo dijeron, sobre todo, las urnas. Así que eso no era una novedad.

A mí me parece muy comprensible, y hasta diría responsable, que un Ejecutivo trate de gobernar con la alternativa que menos desbarate sus planes iniciales que, como es lógico, creen que son los mejores para los intereses de la ciudadanía y para eso fueron elegidos y firmaron un Gobierno de coalición. Lo absurdo hubiera sido que, existiendo esa posibilidad, acordaran con quien les obliga a reorientar tanto su política de gasto como, lógicamente, la de ingresos vía reforma fiscal. O en su defecto, desmontar inversiones de un lado para desviarlas hacia otros fines porque eso es, al fin y al cabo, lo que puede reflejar un proyecto presupuestario.

Pero más allá de ese legítimo desacuerdo y las enmiendas a la totalidad, lo preocupante es lo que subyace en el argumento: si pactas conmigo está bien y si pactas con el de enfrente está rematadamente mal. Y además, el de enfrente es minoritario y eso no es aceptable. Esto último, desde el punto de vista democrático no tiene un pase. Porque en las democracias parlamentarias la representatividad de todos, los grandes y pequeños, valen lo que ha querido la ciudadanía que valgan, pero los votos tiene la misma legitimidad unos y otros.

El descarte de Elkarrekin Podemos venía de serie, como ocurrió en la primera toma de contacto para sumar una mayoría que diera forma al Gobierno vasco tras las elecciones. El de EH Bildu es más complejo. Tenemos dos versiones: la del PNV es que el miedo escénico de la izquierda abertzale a colaborar en la estabilidad se ha acentuado tras la presión del sindicato ELA; y la de EH Bildu es que existe una negociación paralela en Madrid para que el PNV facilite la estabilidad del Gobierno de Rajoy en el Congreso. No creo que ambas sean descartables.

Puede ser que el PNV vea una oportunidad rentable para los intereses de Euskadi, también de los votantes de EH Bildu, en esas negociaciones con el PP. Negarán los vasos comunicantes, pero todo suma y el pragmatismo de este partido se ve bien recompensado en el respaldo social que obtienen en las elecciones. Y puede ser que, efectivamente, EH Bildu esté más cómodo en una oposición para las cuentas y en disposición de acuerdos para las ideas. Y se libra del marcaje, también muy evidente, de un sindicato convertido en guardián de las esencias.