EL Barça le atizó una soberana tunda al Alavés en su feudo de Mendizorrotza y sin embargo la afición babazorra despidió con una ovación a los jugadores del Glorioso, lo cual dejó absolutamente descolocado a un turista japonés que acudió al estadio para ver en directo a Messi y Neymar, los dioses del balompié. Incapaz de comprender semejante paradoja, alguien intentó explicarle con disposición didáctica las poderosas razones que llevaron a la hinchada a jalear a ese puñado de desgarramantas que acababan de ser humillados hasta el extremo. “Es el asunto de la Copa”, añadió el nativo dándole a la respuesta cierto aire de enigma.

A falta de más pistas, el asiático atribuyó su inopia a las lógicas diferencias culturales y añadió: “Ya no recurrimos al harakiri en mi país si nos meten seis, eso es cierto, pero de ahí a reaccionar con aclamaciones...”. El complaciente lugareño intentó ser más conciso y dijo: “Es que justo tres días antes el Alavés se clasificó por vez primera en su historia casi centenaria para una final de Copa; de ahí que le gente estuviera encantada de la vida y totalmente predispuesta a la indulgencia. Muy humano, ¿no le parece?”

El japonés hizo ademán como de entender la sutileza que originó tan extraño comportamiento, lo cual estimuló sobremanera a su contertulio hasta el punto de narrarle las peculiaridades del torneo.

Contó que todavía no se ha elegido un escenario para albergar la final, argucia que atribuyó a Ángel María Villar, el presidente de la Federación que la organiza; un hombre ensimismado y predispuesto a agitar el cotarro tocando las pelotas al respetable. Se refirió después a lo ilusionados que estaban los alavesistas con jugar en San Mamés, ¡la Catedral!, le advirtió en tono solemne, tan cerquita además de Gasteiz, pero resulta que unos días antes tocan los Guns N’ Roses y no hay manera de solucionarlo, y aun no habiendo manera de solucionarlo tampoco hubo manera de evitar un profuso diálogo de sordos tan chusco como gracioso.

El japonés se quedó otra vez desconcertado, pero lo que le dejó definitivamente patidifuso fue cuando el paisano complaciente comenzó a divagar, y le confesó que los del Alavés intuyen otra soberana paliza frente al Barça, y aun con todo poco les importa, pues la gracia está pasarlo de maravilla elucubrando hasta el 27 de mayo, día del partido. Los que aún confían en la potestad divina pondrán rogatorias a San Prudencio, patrón de Araba, y mayormente la hinchada ya ha comenzado a preparar la gran romería, pues ahí, en el camino, está la salsa de un partido con pinta de horrible, salvo que San Prudencio tenga potestad y bula milagrera.

El lugareño señaló como de pasada la gran bronca que llenará el estadio a los acordes del himno español en cuando Felipe VI ocupe el palco presidencial.

De poco sirvió hablarle de controversias políticas o los anhelos republicanos del pueblo soberano a modo de reflexión. El japonés probablemente se acordó de Su Majestad Imperial Akihito, que allá todavía se le envuelve con un manto de aura celestial, hizo una cortés reverencia por el retrato sociológico recibido y se dio la vuelta con gesto circunspecto.

A los seguidores del Athletic seguro que les suena de sobra el engranaje de la final copera reseñado, con el Barça filibustero esperando trabuco en mano.

Lo cierto es que ha sido una jornada sin grandes sorpresas, y en ese ámbito se puede recluir el partido frente al Deportivo, con un guion que a fuerza de repetido no deja de tener un sesgo de angustia. “Somos unos pesados”, justifica Ernesto Valverde a falta de mayor hondura en sus argumentos para interpretar la escasa consistencia que tiene el fútbol de los rojiblancos. De lo malo, el equipo sigue por ahí arriba, más o menos, e Iker Muniain está respondiendo, y ya con regularidad, a las esperanzas en él depositadas y tantas veces aplazadas. Y Aritz Aduriz cumplió 36 años, y quiso darse un homenaje en la plaza pública, a su estilo, con un gol de bandera, epitafio feliz para otra tarde de congoja.