A modo de fatuo consuelo, al Catalunya-Túnez disputado el pasado 28 de diciembre asistieron casi la mitad de espectadores que en el Euskadi-Túnez. Exactamente 8.311 personas, según los datos dados a conocer por la Federación catalana, responsable de la organización de un encuentro que trasladó al estadio municipal de Montilivi, en Girona, con una capacidad para 9.300 almas, para evitar precisamente el bochorno y la desazón de ver la grada semivacía, tal y como ocurrió en San Mamés. Se puede deducir ante la evidencia que en plena lucha con el Estado por el derecho al referéndum y con el sentimiento catalanista en ebullición, la bandera del fútbol apenas sirve ya como blasón de enganche reivindicativo. Por si fuera poco desencanto, del Barça, més que un club, únicamente participaron Masip, su tercer portero, y Sergi Roberto. Porque los ilustres culés y catalanes como Gerard Piqué, Sergio Busquets, Jordi Alba o Aleix Vidal brillaron por su ausencia. Resulta en cambio paradójico que fuera precisamente el Espanyol quien más futbolistas aportó a la causa catalanista, en número de cinco (Víctor Álvarez, Aaron, Marc Roca, Álvaro Vázquez y Gerard Moreno). O sea, que los pericos deben estar que trinan al ver a los suyos dando cuartelillo a una causa radicalmente opuesta a su filosofía existencial.

Al día siguiente se jugó en el Benito Villamarín la tercera edición del partido Champions for Life, con la selección de Andalucía enfrentándose a un combinado de la Liga por una causa benéfica: recaudar fondos (251.648 euros) para Unicef. El estadio del Betis congregó a unos 10.000 espectadores y, como en el caso de Catalunya, el partido tampoco contó con la presencia de ilustres del balompié (salvo los retirados, o casi, Xavi Hernández, en el bando catalán, y de Marchena, por el andaluz). Sucede que los grandes clubes, el Real Madrid por ejemplo con Sergio Ramos e Isco, no quieren que sus estrellas corran el riesgo de sufrir un percance, por muy solidario que sea el compromiso.

“Hay que darle una vuelta a este partido porque ha sido muy triste. Queremos mandar este mensaje a quien corresponda”, exclamó Aduriz con más razón que un santo porque, a diferencia del Barça, tanto Athletic como Real Sociedad, Eibar, Alavés u Osasuna siguen meciendo el sueño de la Euskal Selekzioa en la esperanza de que, algún día, pueda competir de forma oficial. Tampoco es nada del otro mundo, como bien constata Reino Unido, donde Gibraltar juega con la misma fuerza legal que las rancias selecciones de Inglaterra, Gales, Irlanda del Norte y Escocia, por mucho que Ángel María Villar pusiera el grito en el cielo, pues de nada le sirvieron para evitar semejante oprobio al imperio sus cargos e influencias en la FIFA y la UEFA o su txoko en la RFEF, entidad que preside desde 1988.

Otra paradoja de la vida: Villar formó parte del fabuloso equipo que aquel histórico 16 de agosto de 1979 goleó a Eire (4-1) en lo que fue el regreso de la selección vasca tras cuarenta años de ausencia. Pero Villar, ilustre integrante de la tricolor en fecha tan señalada, sigue siendo uno de los principales escollos que impiden a Euskal Selekzioa jugar al menos partidos amistosos durante las ventanas internacionales que abren la FIFA o la UEFA.

Han pasado casi otros cuarenta años de aquella efemérides y todo sigue igual, circunstancia que ha llenado de hastío a muchos de los otrora fieles al tradicional partido navideño. Porque, realmente, se ha convertido en eso: un resquicio para montar el belén aprovechando el parón liguero y la generosa disposición de los jugadores. Y si encima el rival tiene la escasa seducción futbolística de Túnez...

Entonces, ¿qué se puede hacer para “darle la vuelta al partido”?, como reclama el admirable Aduriz. ¿Contratar a Brasil con todas sus estrellas? Pero, claro, lo bueno cuesta, y la Federación Vasca también quiere recaudar dinero. ¿Imploramos al reaccionario Villar por los viejos tiempos? ¿Qué tal si ahora que Rajoy necesita apoyos...? ¿Y seguir tirando de paciencia, que es virtud, a la espera de...? Mientras tanto conviene emular a los catalanes: el próximo, en Ipurua, o Lasesarre. Pocos, pero juntitos y a mucha honra.