HUÉRFANOS de Aritz Aduriz y Raúl García, que son una especie de padres, también ejercen de madres si se tercia y además habían anotado 10 de los 17 goles marcados hasta entonces en la Liga, el Athletic supo resolver con bien el partido ante el áspero Eibar, que llegó a San Mamés por delante en la tabla clasificatoria, con ínfulas y la sana intención de forjar un hito: ganar por vez primera en su historia en La Catedral, muy a pesar de los malos presagios de José Luis Mendilibar, entrenador del equipo armero, hincha acérrimo del Athletic, que jamás había vencido en el estadio rojiblanco a lo largo de su dilatada trayectoria en Primera. El técnico avisó de vísperas que sus hombres deberían estar “mentalmente preparados” si querían dar el campanazo. Pero tras el encuentro ratificó sus temores, asegurando que a sus muchachos les había perdido “tener tanto respeto” hacia el abolengo de Athletic y el templo que pisaban, aunque si llegan a tomar conciencia de lo que tenían enfrente, huérfanos de Aduriz y de García y con una camada de tiernos leones, seguro que hubieran entrado a degüello, como ya lo habían hecho en el mismísimo Santiago Bernabéu, donde jugaron sin complejos ni zarandajas reverenciales y arrancaron un punto con todo merecimiento.
Y precisamente ahí estuvo la salsa del partido, que comenzó con unas trazas feísimas, pues aquello parecía una justa de carneros (las cabezas chocando y los cerebros bailando), y terminó espléndido.
En eso tuvo mucho que ver que algunos estandartes del Athletic (pongamos que Beñat, Williams y Muniain, a Laporte y San José aún se les espera) estuvieron a la altura de las circunstancias, poniendo ganas y sobre todo anotando con una eficacia demoledora goles magníficos para pasmo de los futbolistas del Eibar, que para cuando se dieron cuenta de que no era tan fiero el león como lo pintan ya fue demasiado tarde. Resulta que un encuentro turbio acabó entre aleluyas y con el personal ilusionado por la savia nueva que entra a borbotones en el cuerpo serrano del Athletic.
Por un lado, la marcha de Iago Herrerín al Leganés (ha sido elegido portero de la jornada) desenreda la tramoya urdida por Ernesto Valverde en su empeño de impartir justicia y minutos entre los tres cancerberos. Parece claro que Kepa Arrizabalaga adelanta los tiempos y ya ejerce de guardameta, digamos, titular, papel que asumió con temple, sin alterarse un pelo y con dos paradas decisivas para comprender el desenlace feliz del juego. Por otro, Williams rompió su agobiante desencuentro con el gol tras una cabalgada por la banda izquierda en plan Usain Bolt y lo mismo se puede decir de su colega Iker Muniain, que parece un veterano y tan solo tiene 23 años. El navarro resolvió con clase un templado envío de Asier Villalibre, quien a su vez puso broche de oro a su esperado debut con el Athletic en un partido oficial. Se puede decir que el delantero elegido para jubilar a Aritz Aduriz, Dios quiera que pasados unos cuantos años, ya está aquí, moldeando a capricho un encuentro que tuvo momentos de crispación muy a pesar de Mendilibar, el abanderado del ‘no se tira la pelota fuera’ aunque el futbolista agonice, que para eso está el árbitro. Así que con Williams retorciéndose de dolor tras una patada de Lejeune (un penalti como un piano) al tierno de Kepa no se le ocurrió otra cosa que arrojar el balón fuera, y como no hubo por parte del Eibar la correspondiente elegancia, se armó la mundial. En contrapartida, al árbitro le entró mala conciencia (por no parar el juego, por no pitar penalti) y luego le perdonó la expulsión a San José.
El Athletic-Eibar se libró de la espesura con la que impregnó el sábado el Barça-Madrid, una brasa descomunal que deja muchos rescoldos, y también la sarcástica cábala de Gabriel Rufián, diputado de ERC, azote de socialistas, perico vehemente por su estirpe charnega, quien poco antes del Clásico dejó escrito en su Twitter: “A ver si hoy Messi y Cristiano no defraudan”. Sobre el campo lo hicieron, y fuera de él aún más. Impresiona semejante codicia, el estrés que al parecer provoca ser jodidamente rico.