EN apenas cuatro días dos sucesos portentosos han agitado el cuerpo del Athletic. Si el pasado jueves Aritz Aduriz anotó cinco goles al Genk belga, ni el aclamado delantero rojiblanco ni sus compañeros tuvieron ayer la mínima pericia para chutar el balón contra la portería defendida por Diego López, y no me digan que 93 largos minutos sin tirar entre los tres palos de la meta rival no es igualmente un acontecimiento tremendo, pero digno de mención por insólito y horrible, que además sirve para reflejar el estado de perplejidad por el que atraviesa el equipo bilbaino. En cierto modo, Valverde planteó un ejercicio de supervivencia, y sus discípulos se emplearon a conciencia. Y vaya si lo consiguieron, contando además con la complicidad del Espanyol, que también marcó el paso al compás de la misma copla. O sea, que estaba igualmente decididos a no recibir un gol en su portería y a partir de ahí, lo que Dios disponga. Si la afición no gritó ¡que se besen! fue porque, por lo menos, todos los jugadores se emplearon a fondo en anularse mutuamente.

En descargo de Valverde hay que recordar las bajas de futbolistas tan importantes en su esquema como Laporte, Beñat o San José; y se supone que el técnico, conocedor del estado físico de su gente, estimó conveniente dar descanso a Raúl García o a De Marcos, a pesar del inminente parón liguero, pero no a Aritz Aduriz, la relumbrante estrella, tocado por las musas y lleno de energía y vigor, lo cual induce a pensar que el buen mozo ha hecho un pacto con el mismísimo diablo.

Sin embargo Aduriz no tuvo la oportunidad de llevarse el dedo gordo a la boca para así propalar la llegada al mundo de su segunda hija, más que nada porque tampoco disfrutó de ocasiones. Tan solo tuvo una, y mandó alto el balón apurado por un defensa rival. De seguido, Valverde le sustituyó por Raúl García y fio la aventura del gol a las galopadas de Williams. Pero ni una pelota en condiciones dispuso, ni cuando entró Muniain, y menos mal que Arrizabalaga, de regreso a la portería, conjuró con temple las escasas llegadas del equipo perico.

En definitiva, el punto amarrado fue lo mejor del encuentro, y también la sobria actuación de Yeray, que se está ganando a pulso la titularidad.

Por acción, omisión o simple presencia, el partido estuvo mediatizado por una ardiente expectación. ¿Volverá a marcar Aduriz? ¿Días de mucho son vísperas de nada? La pregunta también se la hicieron en el Espanyol, que amarró en corto al muchacho y tapó todas las vías de conexión. Porque el rastro de sus cinco goles (y los anteriores a éstos, y su contagiosa pasión por el fútbol y su asombrosa vitalidad) realmente impresiona.

La génesis de este fenómeno tiene hasta moraleja. Aduriz tenía 31 años cuando afrontó su último regreso al Athletic, en junio de 2012, y fue reclutado como un acto de desesperación, constatado que Fernando Llorente no renovaría su contrato atacado como estaba por ínfulas de grandeza. “La no renovación de Llorente es un fracaso institucional. Es un golpe en nuestra línea de flotación”, clamó entonces Josu Urrutia, sin imaginarse lo más mínimo el caprichoso destino que procuró aquella tremenda desafección. Paradojas de la vida: Llorente rechazó 4,8 millones de euros netos por temporada. El Athletic entonces pagó por Aduriz al Valencia 2,5 millones.

Sucede que la extraordinaria explosión del delantero donostiarra no hubiera sido posible sin la marcha del atacante riojano. Aduriz, a sus 35 años, viene de anotar cinco goles en un partido y ha sido llamado para la selección española. Llorente, a sus 31 años, languidece en el Swansea, penúltimo clasificado de la Premier inglesa, con quien tan solo ha marcado un gol, después de fracasar consecutivamente en la Juventus y en el Sevilla.

Aduriz ya estaba en la órbita rojiblanca, madurando en el Antiguoko, cuando el Athletic ganó por última vez al Espanyol en Liga, allá por 1998, el año del Centenario, el subcampeonato que supo a campeonato (y con el inefable Luis Fernández clamando desde la balconada del Ayuntamiento: “¡¡Mis jugadores tienen tres cohones!!”), y en esas seguimos, a dos velas, sin hincar el diente en Cornellà-El Prat. Y de la misma se quedaron los pericos, que tampoco han saboreado la victoria en casa en lo que va de temporada. Ambos dos se lo ganaron a pulso. Pero qué tormento de partido, Señor.