ENTRE la vorágine que imprime la Eurocopa de Francia se han colado tres acontecimientos futbolísticos que merece la pena destacar. Están las chicas del Athletic, que perdieron ante el Levante, en los cuartos de final, la posibilidad de alzarse con la Copa y con ello la eventualidad de conseguir un doblete histórico que habría puesto otra vez en un brete a Josu Urrutia con la matraca de la gabarra. Se puede decir que el presidente del Athletic se ha quitado un problema de encima y resplandece ante la opinión pública con un certero golpe de eficacia: la ampliación del contrato de Aymeric Laporte, convirtiéndole en el jugador mejor pagado en toda la historia del club. Con todos mis respetos, porque no hay prueba fehaciente alguna sino especulaciones de los tabloides ingleses recogidas por los demás, o coletillas tan etéreas como este periódico ha podido saber según fuentes consultadas, me cuesta mucho creer que el Manchester City estuviera dispuesto a poner los cincuenta millones de la cláusula de rescisión, lo cual habría disparado la operación, si sumamos el IVA y el subsiguiente contrato al mozo de Agen, en unos 80 millones de euros, un precio de delantero-crack, y no es el caso, me parece, de Laporte. ¿O sí? Como la renovación nos la ha vendido Urrutia vía web oficial del Athletic, o sea, refugiado en el plasma y la foto protocolaria, los periodistas y pueblo en general nos hemos quedado sin la posibilidad de conocer los detalles.
Así que resulta muy bonito lo que parece: que el central francés seguirá aquí por amor a los colores, y no como otros (Javi Martínez, Ander Herrera o Fernando Llorente), unos desafectos a la causa.
Sea como fuere hace bien el Athletic, con el mercado tan restringido y caro que tiene, de mantener cómodos y satisfechos a sus mejores hombres, sobre todo ahora que económicamente anda boyante.
El otro fenómeno que ha estallado, y nunca mejor dicho, al socaire de la Eurocopa es el ascenso a Primera División de Osasuna, acontecimiento que coloca al fútbol vasco en la cumbre, con cinco de sus equipos entre la élite. Viendo a Martín Monreal minutos después del suceso hablando en modo flipante de sus visiones desde el ático o las conversaciones con su difunto padre uno sospecha que fuerzas taumatúrgicas han intervenido para consumar el sortilegio.
Partimos de la base de que a Martín Monreal le llaman el entrenador milagro desde que salvó al equipo de bajar a Segunda B en la temporada 1996-97, encadenando cuatro victorias y un empate en los últimos cinco encuentros de aquella liga. La temporada pasada volvió a conseguirlo, con un gol en Sabadell en el último minuto del último partido, gesta que evitó de nuevo el descenso y por añadidura el colapso total de un club comido por la enorme deuda con la Hacienda Foral, lo cual obligó a vender al Gobierno navarro El Sadar y Tajonar. A la situación de ruina material se sobrepuso la ruina moral al descubrirse el presunto amaño de partidos o el saqueo de la entidad por parte de sus dos anteriores presidentes, Patxi Izco y Miguel Archanco, más otras veinte personas que también están imputadas en el llamado caso Osasuna.
Por si fuera poco el trauma, resulta que el actual presidente Luis Sabalza estuvo en un tris de prescindir de Monreal para dirigir al equipo al comenzar la temporada, y una vez renovada la confianza, el técnico de Campanas tuvo que ser ingresado a causa de un síndrome coronario agudo que hizo dudar de su capacidad física para soportar la presión.
Con la permanencia en la Liga Adelante como objetivo y sin un duro para fichajes, Monreal no tuvo otra que tirar de cantera, y con la chavales del filial fue consolidando un equipo competitivo, hasta el punto de aspirar nada menos que al ascenso, posibilidad que se dio en la última jornada gracias precisamente al Girona, que con su victoria en Ponferrada en el último instante deshizo un cuádruple empate que perjudicaba a Osasuna. Con el subidón de una clasificación imprevista, los rojillos eliminaron primero al Nastic y luego pasaron el verduguillo al propio Girona cerrándose así, al grito de ¡viva San Fermín!, una tercera conjunción astral.