EL ingeniero industrial y aeronáutico alemán, Otto Lilienthal, fue considerado el pionero de la aviación, allá durante el siglo XIX, cuando intentó levantar vuelo fijándose en el vuelo de las cigüeñas. El bueno de Otto diseñó mil y un artilugios: planeadores monoplanos, biplanos, naves con alas en tándem, otras con alas batientes y algunas más con alas plegables. Comenzó con su aventura en 1891 con su primera versión del planeador, el Derwitzer, hasta que la muerte le alcanzó tras el descalabro morrocotudo en un accidente de aviación en 1896. Para entonces, Lilienthal había sufrido un gran número de colisiones en sus experimentos, por más que su planeador solo pudiese alcanzar velocidades y altitudes bajas. A él le debemos la histórica frase: “Inventar un aeroplano no es nada, construir uno ya es algo, pero volar... ¡volar lo es todo!”.
Viene a cuento esta batallita en plan abuelo cebolleta ahora que comienzan a desempolvarse los planes de vuelo de La Paloma para la temporada del verano entrante que, en términos de aviación, comienza en... ¡marzo! Sobre el tablero desaparecen algunos destinos y se reduce la frecuencia de alguno que otro más, pero en líneas generales, aumenta la cadencia de despegues y aterrizajes. Hoy volar se ha convertido en una rutina. ¡Ay!, lo que hubiese dado Otto por embarcarse en un Boing, fuese cual fuese su destino. Hemos convertido un prodigio casi milagroso en un hábito tan común, casi, como lavarse las manos.
En algún lugar, no recuerdo ahora dónde ni de quién, leí una hermosa metáfora al respecto de las alas. Quédate con quien admire tu despegue, te deje volar, te empuje a volar y se vaya contigo en tu vuelo. Visto como La Paloma ajusta sus servicios a la demanda detectada en Bilbao, se diría, aún a riesgo de quitarle romanticismo al tema, que la frase encaja como un guante con los pasos dados en el aeropuerto.