los últimos casos de corrupción, sean políticos, empresariales, personales o mediopensionistas, han puesto de moda el concepto capitalismo de amiguetes como definición del talento que ciertos individuos ponen al servicio del enriquecimiento desmesurado, propio o ajeno, pero siempre dentro de los límites de un cenáculo de malhechores de guante blanco, transgresores de las normas que ellos mismos ponen en vigor como guía de un supuesto bienestar social e insignia publicitaria, cuando en realidad viene a ser el saco sin fondo donde privatizan los beneficios y, llegado el caso, sirve de señuelo para socializar las pérdidas.
Se trata del mayor timo de la estampita realizado hasta la fecha. El caso volkswagen no es un caso aislado, sino uno más en la retahíla de fraudes y engaños que se van conociendo más por la rivalidad o venganza empresarial que por la acción vigilante de quien tiene la responsabilidad de elaborar leyes y normas de obligado cumplimiento. Lo más indignante es la permisividad y complicidad institucional como el papel desempeñado por la Comisión Europea, que ha hecho papel mojado de sus propios tratados en relación con el medio ambiente y la salud de los ciudadanos, al conocer desde hace años del riesgo de los dispositivos defectuosos a la hora de controlar de forma fiable las emisiones de los vehículos diesel, tras los avisos del Joint Research Centre.
Claro que, está todo dicho, si al frente de la Comisión se coloca a Jean Claude Junker quien, siendo primer ministro de Luxemburgo, favoreció a las multinacionales que se instalaban en su país con un programa de evasión de impuestos. Casualidad o no, la semántica nos dice que el vocablo junkers sirve para identificar a la nobleza prusiana de terratenientes que dominaron Alemania en el siglo XIX y parte del XX. La moderna nobleza alemana de terratenientes no son latifundistas, pero tienen el suficiente poder como para obligar a Grecia a firmar acuerdos que no pueden cumplir al tiempo que diseñan coartadas donde esconder sus trucos.
CASTIGO DE GUANTE DE SEDA. Y ahora resulta que, tras hacer caso omiso a los avisos previos, la UE desembarca en el escándalo Volkswagen con una actitud hilarante al subrayar a bombo y platillo que “la solidaridad con Alemania es total”, mientras que la industria en pleno reclama a la Comisión Europea que se ande con cuidado. “Todos [los ministros de Industria] confiamos en la gestión del Gobierno alemán en esta crisis”, concluyó la comisaria de Industria y Mercado Interior, Elzbieta Bienkowska. ¿De verdad se puede confiar en quien ha hecho publicidad de ser el menos contaminante al tiempo que trucaba los mecanismos?
Fíjense en este dato, la firma alemana se comprometió a informar con todo detalle el próximo 31 de octubre. Sin embargo, la UE ha mostrado un clemencia y “apoyo ilimitado” inusitados al prolongar la fecha límite hasta el 30 de noviembre. Son los mismos que en otros casos muestran dureza e inflexibilidad. Son los mismos que se llevan a casa suculentos salarios financiados con dinero público y que dicen defender el europeísmo. Ahora, entre sus argumentos, defienden que el sector automovilístico emplea, directa o indirectamente, a más de 12 millones de ciudadanos europeos y, por ello, “no hay que entrar en catastrofismos”. Son europeístas de pacotilla que pretenden imponer castigos a la carta, utilizando mano de hierro para unos (por ejemplo Grecia) y guantes de seda para otros (la banca o Volkswagen). Dicho con otras palabras, es Eurocinismo de amiguetes.
Señalar, por último, que no se conoce reacción alguna de la CE o los sindicatos sobre el cierre del turno extraordinario en la línea de producción de motores diésel en la fábrica de motores de Volkswagen en la localidad de Salzgitter (Alemania) debido al frenazo de la demanda de los TDI. Son las primeras consecuencias directas pero sin duda habrá más y los perjudicados serán los que no son junkers ni amiguetes de los junkers.